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Yo venía con intención de hablar con usted, señora... pero ya no puedo hablar... ¡no puedo hablar! profirió con creciente agitación. D.ª Carolina le contempló un instante con sonrisa maliciosa y dijo al cabo: Pues yo voy a decirle a usted lo que usted tenía que decirme a . Timoteo la miró estupefacto.

Cuando érais ratona no estábais tan flaca como ahora. Sólo habéis conservado el color pardo de vuestro cutis. ; ¡ya te conozco! ¡ eres Aquiles!! BEATRIZ. ¿Es posible? ¡Aquiles! ¡Cuántos hombres grandes contemplo en este día! CARLINO. ¿Cómo? ¡El diablo me lleve! ¿Yo Aquiles? Pero ¿quién era Aquiles? ¿No fué un Emperador romano? Jornada tercera.

Sentado en el sofá y con el sombrero puesto, Juan contempló aquel día todo lo que allí había, gozándose en la idea de que lo miraba por última vez. Fortunata estaba en pie, delante de él, y luego se sentó en una banqueta, fijando los ojos en su amante, como en expectativa de algo muy grave que de él esperaba oír.

Eso no anda bien... ¿No tomaste quinina? Tomé... No me hallo con esta fiebre... No puedo trabajar. Si querés darme para mi pasaje, te voy a cumplir en cuanto me sane... El mayordomo contempló aquella ruina, y no estimó en gran cosa la vida que quedaba allí. ¿Cómo está tu cuenta? preguntó otra vez. Debo veinte pesos todavía... El sábado entregué... Me hallo muy enfermo...

Es más: siento á veces la satisfacción del que disfruta gratis las cosas; y cuando contemplo los paseos hermosos, cuando asisto á los conciertos y á las óperas y gozo la dulce paz de una ciudad en la que no hay miseria ni revolucionarios desesperados, me digo: «Esto lo pagan los jugadores y yo lo disfruto. Ellos pierden para que yo viva bien

El geranio, al trasladarse a aquel sitio, pareció haber cumplido su destino en la tierra, brillando más hermoso y satisfecho que nunca. Ricardo contempló la cabeza de Marta con verdadera admiración, mientras por los labios y los ojos de ésta vagaba una inocente sonrisa de triunfo.

El doctor Rubau le contempló con melancólica conmiseración. «¡Ah, juventud, loca juventud!... ¡Tan apreciable que es la vidaLo afirmaba él, vestido siempre de negro, refractario al trato de las gentes, con una marcada tendencia al encierro y al llanto. Después del almuerzo, Ojeda se encontró solo en el jardín de invierno.

Pero cuando contempló al pobre hombre vestido con los guiñapos del carbonero y vió la expresión de dignidad ofendida que tenían el rostro mofletudo y los ojillos saltones de maese Rampas, le fué imposible contener la risa.

no sabes lo que significa para esta lucha continua... A veces lo veo cuando ronda mi casa; lo contemplo oculta detrás de los visillos de una ventana, y me dan ganas de llorar. ¡Parece tan triste!... Me acuerdo de mi hijo, que también vivió solo, más abandonado aún que él, que tal vez se interesó por alguna mujer, ansiando muchas cosas sin llegar á poseerlas, y siento deseos de llamarle, de gritar: «Ya que eso es tu ilusión, niño mío, el último anhelo de tu vida, ¡toma!... ¡toma, y felizPero pienso en su salud, pienso en otras muchas cosas, y contengo mis impulsos, y lloro, dejándole que vague en torno de mi casa creyéndose olvidado, cuando le recuerdo á todas horas. ¡Ay! ¡Que Dios me fuerzas! ¡Que no pierda la calma, y pueda resistir á mi bondad absurda!... Algunas veces lo dudo.

Con la vil humildad de todo enamorado en desgracia, fue al poco rato tras de ella, a pesar de las sugestiones de una falsa energía que le aconsejaba mostrarse altivo e indiferente. Sus piernas le llevaron con irresistible impulso a las cercanías del salón, y contempló a Maud con los naipes en la mano, el entrecejo fruncido y la mirada dura ante sus compañeros de juego.