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Actualizado: 3 de mayo de 2025
En esto se oyó la voz de Carmen llamándola; sus gritos bajaban atravesando el vestíbulo y llenando toda la casa con la contagiosa alegría mundana que había traído José Luis. Subamos, lo conocerás, es un muchacho muy bien. Sí, eso, un muchacho muy bien. Entretiene, divierte, es oportuno y muy agradable.
Por otra parte, tampoco Miguel era de natural melancólico, como ya sabemos; Julia y él se entendían admirablemente para bromear, reír, bailar y hasta brincar por la casa. Y como la alegría es contagiosa, algunas veces, muy pocas, también la brigadiera participaba de ella y sonreía a sus juegos.
En el segundo hay más realidad: esa mirada triste, de tristeza contagiosa, esa boca apretada, ese vago gesto de dolor y esa frente ancha y magnífica en donde se entronizó la palidez fatal del sufrimiento, pintan al desgraciado en sus días de mayor infortunio, quizá en los que precedieron a su muerte.
Su inalterable alegría era contagiosa; yo corría y jugaba con ella como un chiquillo. ¡Hermoso tiempo en efecto! Todo eso ha pasado, concluido... Jaime se mordió los labios para no reír; observó que el sentimiento exaltado convierte a los más inteligentes en seres ingenuos como niños. Mi buen Juan, todo el mal proviene de que hemos crecido.
Sí, sé que sois muy hermosa. La hembra mejor que ha venido de Asturias. Muchas gracias, caballero: ¿y vos quién sois? ¡Yo!... ¿qué os importa? ¡Vaya! Soy joven; no tengo ninguna enfermedad contagiosa, ni me huele el aliento. ¿Y por qué fingís la voz? Porque no quiero que me conozcáis. ¿Os conozco yo? No; pero no quiero que me podáis conocer mañana. ¿Pero?... Os amo. ¿Que me amáis?
Preocupadas ya con esto las autoridades locales y temiendo que aquella epidemia perruna fuese contagiosa y pusiese en peligro al vecindario, el buen Asistente, que lo era á la sazón don Ramón Larrumbe, dirigióse á la Sociedad de Medicina en 26 de Mayo, á fin de que este Cuerpo interviniera en el asunto, y, examinando detenidamente á los canes atacados, informase del riesgo que pudiera ofrecer á la salud pública.
lo cual hace el autor mezclando las veras a las burlas, lo dulce a lo provechoso y lo moral a lo faceto, disimulando en el cebo del donaire el anzuelo de la reprehensión, y cumpliendo con el acertado asunto en que pretende la expulsión de los libros de caballerías, pues con su buena diligencia mañosamente alimpiando de su contagiosa dolencia a estos reinos, es obra muy digna de su grande ingenio, honra y lustre de nuestra nación, admiración y invidia de las estrañas.
El señor disponía de su esclavo, como de sus muebles ó de sus animales, y así vemos corrientemente en los antiguos inventarios de bienes que se hacían por fallecimiento de cualquier persona, que, á seguida de la enumeración de los asnos, bueyes etc. hacíase el aprecio de los esclavos, hombres, mujeres ó niños, siendo de notar que de igual modo que se determinaban los defectos físicos de los brutos, marcábanse tambièn los de aquellos infelices seres; consignando por ejemplo, si era viejo, tuerto, ó manco, si padecía de bubas ó de enfermedad contagiosa.
Sus argumentos eran, en verdad, difíciles de rebatir. Para todo tenía respuesta. La Condesa de San Teódulo tiene mala reputación decía don Braulio. Será una calumnia contestaba Beatriz. ¿Y si lo que se dice contra ella es fundado? Entonces... ¿qué se le ha de hacer? A bien que no es enfermedad contagiosa.
Había en sus afirmaciones exaltación inquebrantable, fe inmensa, contagiosa; ¡demonio de muchacho!... Y Sevestre, bonachón, se dejó convencer, y Enrique Thomas «debutó». Su viril hermosura interesó á las mujeres; sus ojos, ardientes, emocionaron; su voz, metálica, admirablemente templada, como la de Talma, para orquestar la furiosa sinfonía de las pasiones, hizo vibrar las almas.
Palabra del Dia
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