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Actualizado: 3 de mayo de 2025


Y porque vienen con Lamartine de un país de azahares y de lunas de miel, queda en sus personajes una bondad contagiosa, en su estilo una recóndita y efusiva dulzura que se infiltra en el alma como una bruma de noviembre. Es la encantadora y juvenil locura de un chiquillo que se enamora hasta enfermar... de un cuadro, del lienzo en donde vive una de las más suaves heroínas de Shakespeare.

Tambien es contagiosa la imaginacion de los Maestros respecto de los discípulos, porque la atencion con que estos los miran, y la autoridad que los Maestros tienen sobre ellos, dispone su imaginacion á recibir qualesquiera impresiones, y sucede que los discípulos suelen tomar los mismos modelos de los Maestros.

Pero a no me sirven de gran cosa tus cristales... ¡Qué! ¿Eres daltónico? Tal vez... ¡, hombre! y ... ¡los dos! ¡Al fin encontré la fórmula de mi diagnóstico!... ¡Daltonismo moral!... exclamó Melchor, riendo con toda su risa franca y contagiosa. ¿Y usted considera, señor médico le preguntó Lorenzo, en tono por excepción solemne y bromista al par que nuestro «mal» sea curable?

La emoción es contagiosa, y no logré darle, sin descubrir algo de la mía, esta breve respuesta: Verbigracia, con un deudo de su mismo apellido de usted...

Cogiendo sólo flores, nunca su mano hermosa ha tocado del vicio la copa contagiosa, ningun lazo la arranca al amor y al hogar; en su clemencia olvida pasados extravíos... ignora qué son esos pensamientos impíos que pasan por el alma cual sombras por el mar.

Por esto es bien buscar para el trato familiar aquellos sugetos en quien resplandezcan las virtudes y el juicio, porque al fin teniendo en nuestras operaciones tanta parte la fantasía, es muy conveniente hacerla á recibir imágenes de lo bueno y razonable. La imaginacion de los hombres de autoridad es muy contagiosa.

Cuando se cansaba de hablar, entonaba alguna canción picaresca con ribetes de obscena, que hacía reír no poco al joven cortesano. La alegría es contagiosa, como la tristeza. La de Celesto consiguió pegársele y llegó pronto a hacerle el dúo, poniendo en inusitado ejercicio las fuerzas de sus desmayados pulmones.

Belarmino, cuando andaba suelto, era un hombre de cuidado, porque de cuando en vez le atacaban ramalazos de locura, y la locura es contagiosa, sobre todo la locura impía, que es la que a él le aquejaba.

Temían a las oficinas de inmigración de Buenos Aires, prontas a rechazar las gentes enfermas o de contagiosa suciedad, obligando al buque a repatriarlas gratuitamente. En los «latinos» de proa verificábanse iguales transformaciones. Las comadres de Nápoles y de Castilla abrían sus arcas para extraer sayas y corpiños.

Este punto es importantísimo al público, y yerran muchísimos padres en la crianza de los hijos, porque no consideran que su imaginacion es contagiosa, y que los hijos la reciben y se forman á su modelo.

Palabra del Dia

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