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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Tened paciencia, Marta, todo depende de vuestra voluntad y resolución de espíritu: se os deja el derecho de elegir; estáis llamada a decidir vos misma vuestra suerte. Sí, sí, conocéis hasta qué punto puede y debe extenderse el sacrificio de una madre; pronto vais a saberlo, porque contáis para ello con un medio infalible.
¿Hace mucho tiempo que conocéis á mi amiga? dijo la comedianta entablando ya decididamente una conversación. Es un conocimiento nuevo dijo don Bernardino, que tenía el vicio de introducirse en todas las conversaciones, por más que nada le importasen. Este caballero dijo secamente Juan Montiño , se ha tomado el trabajo de responder por mí. Pero es que yo os he preguntado á vos.
Ya sois bueno dijo Luisa , conocéis que habéis sido malvado, y queréis contentarme con regalos, como si con los regalos pudiera curarse el alma. Y Luisa se echó á llorar desconsoladamente; aquel llanto era por la muerte del sargento mayor á quien amaba, y con quien había pensado gozar fuera de España el dinero robado á su marido.
Por toda distracción, dos horas de paseo en el jardín del viejo claustro. ¿Conocéis un jardín de claustro? grandes encinas negras y silenciosas, un césped raquítico encuadrado en verjas de cañas, y el sol a mediodía; eso es todo. Así, confesad, que cuando un día de fiesta se ha podido escapar de la iglesia para ir a su celda, ¡el corazón late desahogado y alegre!
Roger se dirigió hacia él apresuradamente y el otro le preguntó: ¿Conocéis, buen amigo, la abadía de Belmonte? Mucho que sí, de allí vengo y en ella he vivido hasta hoy. Loado sea Dios, porque en tal caso podréis decirme quién es un fraile como un dragón, con la cara llena de pecas, los ojos negros y el pelo rojo, á quien por mi mal acabo de encontrarme en este camino. ¿Le conocéis?
¡Cómo! ¿era don Rodrigo Calderón el hombre con quien reñí cuando?... Sí, cuando acompañábais á una dama muy tapada, muy hermosa y muy noble que había salido del alcázar. ¡Cómo! ¿conocéis á esa dama? Puede ser. ¿Y es hermosa? Puede que lo sea. ¿Y sabéis su nombre?
¡En cuánto a eso respondo de ello! exclamó riendo, y no tendríamos necesidad de filosofar para alcanzar tal resultado. Pero si os es lo mismo, preferiría no cambiar de sexo y ser vuestro tío. No quisiera otra cosa, porque no soy como Francisco I, no; tengo por las mujeres una acentuada antipatía. ¿De veras? preguntó riendo, ¿conocéis los gustos de Francisco I?
Acaso ese pobre muchacho pague muy caro el haber dado al traste con don Rodrigo Calderón. ¿Muy caro? Sí por cierto; como que está enamorado como un loco de la dama por quien se ha metido en ese lance. ¡Esperad! ¡esperad! yo he visto, al entrar ese mancebo en el cuarto de la reina, su semblante, y no le conozco, aunque me ha parecido encontrar en él un no sé qué... ¿conocéis á ese mancebo? ¡Mucho!
Por último, el anabaptista, sentado en el fondo del lavadero, en una silla de madera, con las piernas cruzadas, la mirada alta, el gorro de algodón echado hacia atrás y las manos metidas en los bolsillos del casacón, contemplaba aquella escena como si estuviera maravillado, y de vez en cuando decía en tono sentencioso: Lesselé, Katel, obedeced, hijas mías; que esto os sirva de enseñanza; aún no conocéis el mundo, y hay que andar más de prisa.
¿Pero estáis loco?... tengo que deciros graves cosas... ¿no me conocéis, tío? ¡La reina!... ¡la reina!... ¡dejadme, don Francisco!... ¡aquel paje!... ¡es el amante de la Inés!... ¡el pañuelo encarnado está en la ventana!... ¡Ah! exclamó Quevedo con una expresión terrible por su horror ¡un paje!... ¡un plato!... ¡el pañuelo!... Y soltó al bufón, que se lanzó á la puerta de la antecámara.
Palabra del Dia
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