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Actualizado: 29 de julio de 2025
Don Víctor siempre el mismo para su don Álvaro; seguían las confidencias acompañadas de cerveza... pero Ana jamás se presentaba. Si don Álvaro se atrevía a preguntar por ella, don Víctor fingía no oír, o mudaba de conversación; si el otro insistía, Quintanar suspiraba y encogiendo los hombros decía: ¡Déjela usted... estará rezando! ¡Rezando!... Pero tanto rezar puede matarla....
Allí, en esa invariabilidad, pasa cada uno tres, cuatro ó cinco horas sin levantarse. Y sinembargo ¡qué admirable movilidad y fecundidad no desplegan todos en sus confidencias, sus noticias, sus discusiones y disputas, sus chistes, anécdotas y epigramas!
Así es que si al principio se irritó con las confidencias del bufón, que suponía á Montiño un mozalbete lenguaraz y villano, como muchos de los que abundan en la corte, después, más serena, se dijo: Cuando una persona se refiere á otra debemos, antes de decidir, ver si hay en la persona que refiere algún interés en favor ó en contra de quien se ocupa.
Como Ra-Ra vivía entre los esclavos del puerto, y éstos guardaban cierta relación con aquella otra gente todavía más inferior que acompañaba al gigante, había recibido ciertas confidencias sobre peligros que amenazaban al Hombre-Montaña. Son noticias todavía vagas continuó Popito . Nuestros amigos sólo han podido sorprender hasta ahora palabras sueltas.
Miraban al trasluz el aguardiente, y con los vasitos en alto y los ojos elevados, como si les hipnotizase el blanco líquido, hacíanse mutuas confidencias, arrastrando las sílabas trabajosamente. El más viejo estaba desengañado; le habían «lacerado » el corazón; lo juraba y perjuraba, dándose terribles puñetazos sobre el pecho, que sonaba como un tambor.
Todo aquel día permaneció Lucía al lado de Clara, auxiliándola en sus faenas y cuidados; pero ya no era ocasión propicia para volver á las confidencias. Si bien Clara no volvió á hablar del estado de su alma, sin duda pensaba en él, según lo preocupada que estaba.
Buenos días, cielito mío, dijo Lorenza. ¿Has dormido bien después de la agitación de anoche? ¡Cuidado que te pusistes chispo, maridito, después de comer! ¿Yo? dijo Maugirón, yo estaba fresco como una lechuga. El que estaba un poco... tocado era Tragomer. ¡Qué cosas nos contó, ese monstruo! Si, hablemos de lo que nos contó... Hizo sus confidencias á Marenval. Á nosotros nos puso en la puerta.
Felizmente para él, Agustín notaba poco esas diferencias y la ambición que tenía de alcanzar posiciones elevadas, no debía nunca complicarse con la aspiración nula en él de vestirse bien, de vivir y respirar elegancia como Oliverio. Luego que Oliverio se fue, Agustín continuó hablando de su situación. Era la primera vez que me hacía confidencias tan amplias.
Estaban los dos sentados junto a un velador cubierto con fina y blanca servilleta; cenaban con sendas medias botellas de Burdeos al lado, y llegaban al momento necesario de la expansión y las confidencias; Mesía melancólico, pasando a tragos la nostalgia de lo infinito, que también tienen los descreídos a su modo, inclinaba mustia la gallarda y fina cabeza de un rubio pálido, y parecía un poco más viejo que de ordinario.
¿De dónde vienes en esta época del año? ¿Has desertado? ¡Vaya!... ¡Qué ocurrencia! Después empiezan las preguntas y las confidencias. El capitán, el cabo, el cantinero, la muchacha rubia de la panadería, a la derecha del cuartel, a quien llamaban «Magdalena panecillo»; no se olvida a nadie.
Palabra del Dia
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