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Actualizado: 4 de julio de 2025
El verano debió ser para los amantes delicioso, pues Octavio frecuentaba diariamente el palacio de los condes y los acompañaba á todas partes, sin que el marido sospechase de la fidelidad de su consorte. Algunos, sin embargo, quieren suponer que tenía conocimiento de la falta bastante tiempo antes de consumar su venganza, y que la dilató por uno de esos caprichos incomprensibles de su carácter.
Con las reliquias trajeron los peregrinos la efigie del dicho San Teódulo, y todo lo llevaron al pueblo, donde hubo un júbilo inmenso y fiestas estrepitosas. Nada más natural, después de esto, que el que Rosita y su marido llegasen a ser Condes de San Teódulo. Sin embargo, no contentos ellos con ser Condes por Roma, anhelaban ser Marqueses en Castilla, y hacía tiempo que lo pretendían con ahinco.
El palacio de los condes de Onís merece especial mención en esta historia. Era un edificio antiquísimo, el más antiguo de la ciudad en unión de algunos restos de la primitiva basílica que aún quedaban en pie. No se había salvado otra cosa del horroroso incendio que en el siglo XIV había destruido la población. Su aspecto más era de fortaleza que de mansión.
Mientras tanto, los condes de Cotorraso, Lola Madariaga, Clementina y los barones de Rag hablaban del arsénico como medicamento para engordar y poner terso y brillante el cutis. Lola Madariaga era la primera vez que lo oía y se mostraba llena de júbilo, y anunciaba que iba inmediatamente a ensayar la virtud milagrosa del veneno.
Levantámonos, y arrimándonos a una esquina en son de empinarnos para ver algo, nos rascamos. ¿Qué diré del mentir? Jamás se halla verdad en nuestra boca. Encajamos duques y condes en las conversaciones, unos por amigos, otros por deudos, y advertimos que los tales señores, o están muertos o muy lejos.
La condesa soltó el brazo y le dió las gracias. Eran las cuatro de la tarde de un día del mes de Junio. Los condes y sus amigos tenían delante de sí uno de los panoramas más espléndidos y grandiosos de la provincia en que nos hallamos, que es la más bella de España.
Sabes que rezo un Padrenuestro por ti todos los días, y le pido al Señor que te haga más rico de lo que eres; que vendas sinfinidá de Semanas, y que te traigan buen bodrio del café y de la casa de los señores condes, para que te hartes tú y la carreterona de tu mujer. ¿Qué importa que Crescencia y yo, y este pobre Almudena, nos desayunemos a las doce del mediodía con un mendrugo, que serviría para empedrar las santas calles?
Una leyenda antigua nos hizo preguntar con interes por el de los condes de Cabra: esperábamos hallar en él algo de sombrío, de misterioso, de siniestro; mas nada, absolutamente nada vimos que pudiera traer á la memoria el horror de aquella noche en que ciego de cólera uno de los condes por la infidelidad de su esposa, pasó de una sola estocada á los adúlteros, mató á criados, pages, escuderos, doncellas, amas, y al fin hasta el negro que le acompañaba . No solo no es ya posible distinguir en él la pálida y desencajada sombra del marido; no solo no es ya posible percibir el lastimoso eco de las víctimas; su fachada, sus patios, sus salones parecen estar encargados de desmentir á los que le han hecho teatro de tan espantosa escena.
Parecía que sus pulmones de gigante no encontraban aire ni aun en los espaciosos salones del palacio. Pero desde que los señores habitaban en la Segada, ó mucho habían cambiado sus aficiones, ó muy contrariado debía estar, pues sus costumbres no eran las mismas. Ya no salía de caza sino con los condes. Dejó en manos de los criados los trabajos de la labranza.
En esto fueron entrando otras muchas personas en el salón. Llegaron Mariana Calderón y su hija Esperanza, los condes de Cotorraso, Pepa Frías y su hija Irene. Esta última traía el semblante pálido y ojeroso: como que salía de la cama donde había estado algunos días retenida por una afección nerviosa. Ya que estuvo poblado, la marquesa les invitó a pasar al oratorio y así lo hicieron.
Palabra del Dia
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