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Actualizado: 27 de mayo de 2025
Pues a hacer una empanada de jamón. La niña levantó la cabeza sonriendo a su futuro cuñado y emprendió de nuevo la tarea. Estaba colocada en pie delante de una mesa baja destinada, a juzgar por su lustre, a la operación que ejecutaba. Tenía puesto un enorme delantal blanco cómo el de las cocineras y en la cabeza una cofia también blanca.
Mas, te amo en mi interior, sin esperanza, Como á vírgen en ara colocada, En donde la criatura arrodillada De sus pecados el perdon alcanza. Si es una ofensa amarte en el secreto, Yo rogaré á tu bondad inmensa, Que como Dios perdona toda ofensa Perdones un amor puro y discreto.
Una magnífica esfera geográfica, colocada al extremo del salón, parecía preguntarse cuál era su objeto y destino en semejante lugar; y en cambio, los retratos de las dos hermanas de Luis XVI, Victoria y Adelaida, damas tradicionales de Vichy, sonreían, empolvada la cabellera, rosadas y benévolas, presidiendo el certamen de frivolidad continua celebrado a honra suya.
La figura esta admirablemente colocada y a su lado tiene un podenco que es de los mejores trozos de pintura que hizo Velázquez. Así como se dice de las personas bien retratadas que están hablando, pudiera decirse de este can, que no ladra porque no quiere.
Vio entonces a su espalda, en el mismo salón azul, una dama muy apuesta y elegante dormida en una butaca: tenía en la mano un número de un periódico de modas, caído negligentemente sobre la falda, y dábale de lleno en el rostro la tibia luz de una gran lámpara colocada en un trípode, cuyos reflejos recogía amplia pantalla de seda de suaves matices... Era Isabel Mazacán, la pérfida Mazacán, reconciliada dos meses antes con Currita y dispuesta a pelearse otras mil veces con ella en cuanto el tiempo y la ocasión se presentasen.
Ambos nos dirigimos al lugar que me habían designado, o sea, la acera de la calle de Sevilla colocada en el sitio de los recientes derribos, donde tumbado boca arriba, con la cabeza apoyada en una piedra y expuesto a los rigores del sol, vimos a un mendigo sucio y desarrapado. ¡Cómo se nos había de ocurrir que aquel hombre fuese Pelayo del Castillo!
Al subir otra vez por la escalerilla, volvió a sobrecogerla el fragor de un trueno más hondo, poderoso y cercano que los anteriores. ¡Era preciso encender la vela del Santísimo y rezar el Trisagio! Así lo hicieron al punto. La vela fue colocada sobre la cómoda de Nucha: un cirio bastante largo aún, de cera color de naranja, con muchas lágrimas y un pábilo que chisporroteaba y no acababa de arder.
Era, en fin, ese grande ingenio, cuyas obras leemos con deleite, perdonándole su cinismo, su escepticismo, su desvergüenza; ese grande ingenio á quien amamos, por lo que nos entretiene y por lo que nos enseña; ese hombre, á quien acaso ennoblecemos, ó á quien no comprendemos tal vez; esa colosal figura, colocada la mitad en luz y la mitad en sombra.
Y la muy ladina estremecía el débil cuerpecillo, señalando al mismo tiempo al ministro una pequeña marquesita colocada junto al fuego y al alcance de su mano: en ella se sentó el excelentísimo Martínez, dispuesto a dejarse tostar en su mullido asiento como san Lorenzo en las parrillas. ¡Lo siento... lo siento en el alma! dijo.
No, ¡canástoles! aquello allá estaba de por sí, más adentro o más afuera; pero allá estaba... No tenía duda: para estimar una estatua en todo su merecido valor, había que verla colocada en su pedestal. ¡Canástoles, canástoles, si daba que rumiar el caso, para un hombre de los planes y de las ideas que él tenía en el meollo!
Palabra del Dia
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