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María le ofreció su mano delicada y dijo dulcemente: ¿Quiere usted que le ahora la mano que usted me pedía antes de su viaje? Tragomer la cogió, la estrechó con efusión y llevándosela á los labios, se inclinó como delante de un ídolo y contestó: ¡, para siempre! Es de usted. Pero recuerde que no se unirá á la suya sino cuando el nombre de la que se la concede esté lavado de toda mancha.

Amanecía ya, y érale forzoso levantarse para ganar un mísero jornal, lavando en el río. Cogió á Gilito en sus brazos, y le puso de rodillas, medio dormido, delante de una estampita del Niño Jesús de Praga que había pegada en la pared, sobre la misma cama.

Cogió con mano febril la blusa azul del cochero que volvió la cabeza. ¿Qué hay señorito? A la Plaza Nueva... a la Rinconada.... , ya ... pero ¿ahora? , ahora mismo, y a escape. El coche siguió al paso. «Si está don Víctor, que no lo quiera Dios, basta con que Ana me mire, con que me vea allí... Si no está... mejor. Entonces hablaré, hablaré...».

Su cuerpo vacilaba combatido por dos impulsos adversos. Por fin, corriendo con ímpetu a la cueva, cogió la espada y se vino derecho hacia el hombre, con la intención de darle muerte allí mismo.

El Magistral dio dos vueltas por el despacho y en una de ellas cogió disimuladamente la carta de la Regenta y la guardó en un bolsillo interior, debajo de la sotana. Adiós, madre; voy a dar los días al señor de Carraspique. ¿Tan temprano? , porque después se llena aquello de visitas y tengo que hablarle a solas. ¿No la lees? ¿Qué he de leer? Esa carta. Luego, en la calle; no será urgente.

Cogió de un canastillo una orquídea blanca con manchas rojas y dijo presentándosela á Jacobo: Guárdala en memoria mía. Esta flor es como mi alma; ensangrentada y, sin embargo, pura... Lea, dijo Jacobo asustado, pide un momento de descanso; no estás en posesión de ti misma... ¡! Jamás he estado más segura de mi... Es el acto de la muerte, Jacobo; verás qué bien le canto... Anda, vete á verme.

No tardó siquiera media hora en entrar: traía puesta otra levita, el rostro se le había serenado por completo y se mostró en seguida tal cual era: jovial, divertido, siguiendo durante toda la noche de un humor excelente. Cuando a las doce, poco más o menos, se deshizo la tertulia y salieron, cogió del brazo a Miguel y le preguntó alegremente: ¿Qué te parece de Anita? Es una señora muy amable.

Después, el marido cogió la mano de su mujer y atrayéndola hacia , dijo: Mira como estamos; y no hace veinticuatro horas que me perteneces; ¿qué nos prepara, pues, el porvenir? Una serie incesante de dificultades, de luchas que no habremos hecho nada para suscitar y á las que no podremos sustraernos. ¡Qué tristeza, Herminia, después de la esperanza de tantas alegrías!

Cuando supo el juramento de su amante, que no le cogió de sorpresa, pues conocía demasiado bien su temperamento, para evitar aquella dolorosa muerte prematura, mandó repetidos emisarios ofreciéndola grandes cantidades de dinero, recoger y educar a su hijo, y mantenerla a ella sin trabajar. La feroz costurera había rechazado con indignación todas las ofertas.

La embarcación, al principio, parecía como desconcertada, como asombrada; avanzaba un poco, retrocedía, daba la impresión de una persona indecisa que quiere dar un salto y no se atreve. Al último cogió tan bien el viento, que se alejó, dejándonos estupefactos. Ya sabe ella dónde va dijo Allen, convencido. Al subir un montículo de arena volvimos la mirada hacia atrás.