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Actualizado: 17 de mayo de 2025


Llegó en el tren del medio día y el Deán, el Tesorero y yo hemos ido esta tarde a recoger la joya para entregársela; pero, calcula ¡cuál sería nuestra sorpresa, al abrir el cofre y ver que el papagayo ha desaparecido! Cómo ha podido llegar hasta allí el ladrón, nadie ha podido explicárselo.

Y me figuro entonces lo que daré a todos los míos cuando haya subido al trono: a Marta, un espléndido aderezo; a papá, un cofre de hierro lleno de oro; a mamá, una gran caja de piñas azucaradas. El chasquido de lanzas desaparece a lo lejos, y con él mi sueño. Roberto llegó al día siguiente. En el momento en que el carruaje que lo conducía, rodó bajo el portón, Marta estaba al lado del fogón.

Cuando hubieron subido, el cocinero hizo cargar de nuevo á los lacayos con el cofre y salió. Al llegar á la puerta, el hostelero le dijo con la gorra en la mano: ¿Y el gasto, señor? ¡Cómo! ¿No han pagado? dijo el cocinero deteniéndose con sobresalto. Esos caballeros se han marchado sin pedirme la cuenta, y como arriba quedábais vos... ¿Y cuánto es la cuenta? dijo todo turbado el señor Francisco.

Pasó así gran parte de la noche, y después recogió en el cofre los papeles y el retrato, guardó cuidadosamente el cofre en un armario, se desnudó y desapareció tras las cortinas de su alcoba. Yo no supe ya qué pensar de Amparo. Pero me cubrí con el más perfecto disimulo, como ella se cubría conmigo. Nos tratábamos como si hubiéramos vivido juntos desde nuestros primeros años.

Para venir a verlos a Peleches, traerá encima cada cual el fondo del cofre, sobre todo las mujeres; pero este detalle no la obliga a usted a la recíproca, aunque para obligarla le usen ellas. Usted se viste como mejor le parezca; y le doy este consejo, porque la misma cuenta le ha de salir de un modo que de otro: al cabo la han de morder. ¡A ?... Y ¿por qué, señor don Claudio?

Dios os lo pague, señor; porque la pérdida de esa carta era una de las cosas que me tenían desesperado exclamó con alegría el cocinero mayor. Ahora, idos dijo el padre Aliaga , y no os olvidéis de volver esta noche á la hora que os he dicho, con ese cofre y con las noticias que hayáis podido adquirir.

Es libro muy feo, y mi señora madre no me dejaba leer más que lo del Infierno, que da mucho espanto y sueña uno con ello. Pero mi señora madre tiene otros libros en el cofre, y cuando iba a misa, yo, con mucha cautela, los sacaba para leerlos. Uno se titula La farfulla, o la cómica convertida, novela escrita por un fraile de mínimos, y otra, Princesa, ramera y mártir, Santa Afra.

En la caja de hierro dijo el aya. ¡No, no es cierto! exclamó el intendente, estremeciéndose de temor y de sorpresa. Mathys, Mathys, ¿por qué queréis engañarme? ¿No me queréis entonces permitir que os salve? ¡Ya no ni lo que digo! murmuró el intendente . , , Marta; está en el cofre.

Francisco Martínez Montiño, esto es, el cocinero de su majestad, nuestro protagonista, en una palabra, había vuelto de Navalcarnero al anochecer del día siguiente á la noche en que había ido á recibir un secreto de la boca de su hermano moribundo. Montiño se había traído consigo un cofre fuertemente cerrado y sellado, sobre cuya cerradura había un papel.

Pero no podemos abrir este cofre dijo el joven. Si no le abrís vos, le abrirá la Inquisición. ¡Ah! Francisco Montiño desnudó su daga, despegó de un solo corte y de una manera nerviosa el papel. Debajo de él, en un rebajo del arca, encontró una llave. ¡Ah! todo estaba previsto dijo el cocinero del rey . Abramos. A vos dejo la responsabilidad de este hecho dijo Juan.

Palabra del Dia

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