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Actualizado: 17 de junio de 2025


Era una carabela, un galeón, una nave, tal como los había visto en los viejos libros: las velas con leones y crucifijos pintados, un castillo en la popa y un figurón tallado en el avante, que se hundía en las olas para reaparecer chorreando. El cofre, en fuerza de empujones, abordaba la costa tallada á pico de un arcón, el golfo triangular de dos cómodas, la blanda playa de unos fardos de telas.

¿Tiene usted la partida de bautismo? La tengo dijo el salvaje mirando al cofre sobre el que se sentaba Rafaela. No, no saque usted papeles, que tampoco prueban nada. En cuanto a la paternidad natural, como usted dice, será o no será. Pediremos informes a quien pueda darlos. Izquierdo se rascaba la frente, como escarbando para extraer de ella una idea.

El hierro es duro, Mathys; pero el acero es más duro aún. ¿Y si fracturaran ese cofre durante vuestra ausencia y os quitaran ese documento? El intendente, asaltado por una inquietud secreta, se puso vivamente de pie, sacó una llave del bolsillo y abrió el cofre. Luego lo volvió a cerrar con la misma rapidez, y volvió junto a la viuda, con una sonrisa en los labios.

Condújola a la casa próxima, donde doña Fuensanta vivía, y entraron en una salita bastante desordenada, en la cual había más baúles que sillas, y dos cómodas. Guillermina cerró la puerta, e invitando a Fortunata a ocupar una silla, sentose ella en un cofre. x

Subió lentamente la escalera, reflexionando sobre la amable sorpresa que le había hecho la condesa, y su modo astuto de ofrecerle con mucho énfasis una donación que podía retirarle al día siguiente. ¿Qué hábil maniobra ocultaba aquello? ¿Quería la señora de Bruinsteen tenderle una celada? ¿Buscaba algún medio de impedir su casamiento con Marta? ¿Cómo sabía la condesa que poseía títulos de renta? ¿Quién le había dicho que sus papeles estaban encerrados en el cofre de hierro?

¿Estáis distraída, Marta? observó el intendente . Decidme, querida amiga, ¿escribiréis esta tarde para que os manden de Bruselas los papeles necesarios? ¿Haréis lo posible, a fin de que no perdamos un instante en celebrar nuestro casamiento? , replicó la viuda cuya mirada se encontraba irresistiblemente atraída por el cofre de hierro.

Sin duda buscaba algo. Su flexible cuerpecillo se escurría y deslizaba en silencio de hueco en hueco, hasta que al fin, apoyado en un cofre, dio una voltereta agitando las patitas en el aire, y se sumergió como el nadador en persecución de la perla.

Asomose a la tienda, y de un golpe de vista abarcó la menguada granjería, sacando consecuencias poco lisonjeras del estado pecuniario de Encarnación Guillén. ¡Cómo había descendido la infeliz de grado en grado, desde su gran comercio de loza y sanguijuelas de la antigua calle del Cofre, en tiempos desconocidos para Isidora, hasta aquel miserable ajuar de cacharros ordinarios!

La libertad de su hija, su derecho de madre, su felicidad, sólo estaban separados de sus manos trémulas, por las delgadas paredes de aquel cofre; ¡y tendría que dejarlo allí, que renunciar a toda esperanza y sucumbir bajo el peso de su impotencia! Pero no se dió por vencida aún. Acudió a la chimenea y tomó las pinzas de hierro.

¿Y no habéis podido averiguar quién era ese hombre? No. Sin duda se referían á vuestras inteligencias con el duque de Lerma dijo doña Clara. ¿Creéis vos que fuese eso? ¿Y cómo podría ser otra cosa? dijo don Juan . Mi padre ha guardado un profundo secreto: solamente yo he sabido por esta carta... Y dió á la duquesa la carta del duque de Osuna que había encontrado en el cofre.

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