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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Don Paco, ocultando el lugar de donde era y sin declarar su nombre, dijo que yendo de camino se había extraviado, no sabía dónde estaba y buscaba albergue en que pasar la noche. El boyero, que era piadoso, movido a compasión por la lamentable voz de don Paco, salió de debajo del cobertizo, vino a él, le tomó de la mano y le sirvió de guía.
En tanto Pecado, rápido como el pensamiento, se subió al cobertizo y se dejó caer en el arroyo por una vertical de más de cinco metros, deslizándose por la escabrosa superficie de tierra.
Pero ¿qué vas a hacer con este furgón? preguntó Frantz . Puesto que no tenemos tiempo de llevarlo al Falkenstein, mejor sería dejarlo en el cobertizo de Cuny que abandonarlo en medio del camino. Sí, para que ahorquen al pobre viejo cuando vuelvan los cosacos, que estarán aquí antes de una hora. No tengas cuidado; se me ha ocurrido una idea. Frantz se unió al trineo que se alejaba.
Pero la vieja se agarraba con ambas manos a la maleza, y el viento no conseguía mas que agitar sus cabellos rojos. Habiendo observado Divès que la leña que allí almacenaba, al cubrirse de nieve y mojarse por la lluvia, daba más humo que llamas, techó la torre con un cobertizo de tablas.
Construyó con hojas de palmera su cobertizo techo y pared sur dió nombre de cama a ocho varas horizontales, nada más; y de un horcón colgó la provista semanal.
Cuando Febrer miró otra vez hacia el cobertizo, ya no vio al herrero. Esta ausencia le hizo requerir la escopeta, acariciando sus llaves. Indudablemente iba a salir con un arma, cansado de aguantar esta provocación muda que venía a buscarle en su propia casa. Tal vez iba a disparar por alguno de los ventanucos que daban luz a la negra vivienda.
Algunas veces golpeaban la pared del cobertizo de tal modo que parecía que un puño revestido por un guantelete de hierro llamaba con fuerza. El aspecto del mar iba siendo cada vez peor. Según dijo el atalayero, quedaban aún cuatro lanchas fuera del puerto. Vi cómo se acercaban dos en medio de las olas.
Arrebata la linterna de las manos de David, lleno de estupor, y se lanza fuera. Desaparece bajo el cobertizo y reaparece un momento después; encima de su cabeza brilla un hacha... Hace girar tres o cuatro veces la linterna y la arroja lejos de él, en medio del agua; después, se precipita hacia la presa... ¡Viene alguien! murmura Gertrudis apretándose estrechamente contra Juan.
En pocos momentos, todo el mundo se puso de pie. Los jefes de los destacamentos reunían a sus soldados; unos se dirigían al cobertizo, donde se distribuían los cartuchos; otros llenaban las calabazas de aguardiente en el barril; todo se hacía con orden, con el jefe al frente; luego cada pelotón se alejaba, a la débil claridad del amanecer, hacia los parapetos, por ambos lados de la ladera.
Bajo un cobertizo brillaba el ojo inflamado de una fogata, y junto a ella el Ferrer, de pie ante el yunque, golpeaba con el martillo una barra de hierro ígneo. Febrer no quedó descontento de su entrada teatral en la plazoleta. El verro levantó la vista al oír ruido de pisadas en el intervalo de dos de sus golpes, y quedó inmóvil, con el martillo en alto, al reconocer al señor de la torre.
Palabra del Dia
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