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Actualizado: 16 de junio de 2025
Una casualidad providencial me hacía dueño de la situación. Aquellos cobardes no se atreverían conmigo más que con Ruperto; y en cuanto a éste, me bastaba alzar el brazo y de un disparo mandarlo al otro mundo a dar cuenta de sus crímenes. Ignoraba hasta mi presencia allí. Sin embargo, nada de eso hice. ¿Por qué? Nunca lo he sabido.
Flimnap le contó el otro día, según creo, que los hombres ya no se muestran tan cobardes como al principio de la dominación femenina. Se sublevan contra el despotismo de las mujeres; quieren una existencia propia; desean «vivir su vida», como dicen los muchachos más rebeldes.
Cuando los godos invadieron la Grecia, se refiere que intentaron quemar todas las bibliotecas; pero un astuto y discreto capitán de los godos hubo de persuadirles de que con las bibliotecas los griegos se hacían afeminados, muelles y cobardes, y que así era conveniente dejarles los libros para tenerlos siempre bajo el yugo. De esta suerte las bibliotecas se salvaron.
Luego sacudí estos cobardes pensamientos: un violento esfuerzo me desprendió, anudéme al cuello el pequeño pañuelo hecho pedazos y gané suavemente la ribera. Al abordar, la señorita Margarita me tendió su mano temblorosa: esto me pareció recompensarme. ¡Qué locura! dijo. ¡Qué locura! Podía usted haber muerto allí ¡y por un perro! Era el suyo le respondí á media voz como ella me había hablado.
Indignado contra sus compañeros, Marcelo Valdés se puso otra vez de pie y les apostrofó con la cólera de un loco: ¡Sois unos cobardes y unos canallas!... ¡Al primero que diga una palabra a monsieur Jaccotot, le rompo las muelas!...
Mal lo hubiera pasado el valeroso caballero si no hubiera tenido un buen revólver de seis tiros, con el cual les apuntó exclamando: ¡Ahora vais á ver, cobardes, de qué os sirven las navajas! Los gañanes, al ver el arma, diéronse á la fuga. El caballero les persiguió largo trecho, obligándoles á echarse á un arroyo y pasarlo con el agua hasta la rodilla.
La hueste se arrecauda con una queja humilde: Pegada a los quicios inicia la retirada, se dispersa con un murmullo de cobardes oraciones. El Caballero interpone su figura resplandeciente de nobleza: Los ojos llenos de furias y demencias, y en el rostro la altivez de un rey y la palidez de un Cristo. Su mano abofetea la faz del segundón.
«Chantecler» es el drama del esfuerzo humano en su lucha implacable por la vida; es el calvario del varón fuerte que, luego de vencer á su rival poderoso y de sobreponerse á las asechanzas de los cobardes que le envidian, encuentra á la faisana, la mujer emancipada, celosa del poder y de los ideales del macho ideales que no comprende y ante los cuales se siente postergada, y que sólo á regañadientes concluye por rendirle pleitesía.
Vosotras, empero, almas sublimes que formais esa gloriosa legion de mártires, rechazais con santa indignacion los cobardes pensamientos que sugieren á los corazones tibios el egoismo ó la seduccion, firmes en vuestro propósito evangélico os lanzais á predicar públicamente la verdad, y devoradas por la santa sed de la salvacion de las pobres almas ignorantes y obcecadas, llevais vuestro amor hasta el inconcebible estremo de sellar con la propia sangre, para que se convenzan y conviertan, el testimonio que ya les habíais dado con vuestra irreprensible vida y luminosa predicacion.
Créame que sólo la desesperación ha podido arrastrarme a dar este paso, porque los cobardes enemigos de mi padre y míos han triunfado. »Le pido al mismo tiempo olvide completamente que ha existido en el mundo una persona del nombre de la desesperada, afligida e infortunada Mabel Blair». Quedé parado, con la carta abierta en la mano, manchada en lágrimas, absolutamente mudo y desconsolado.
Palabra del Dia
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