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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Rosita, Rosita, trata de arrastrarme detrás de esos naranjos antes de que amanezca, porque yo no puedo valerme. ¡Oh! ¡sufro mucho! El desgraciado se había fracturado el fémur y los huesos le agujereaban la piel. Rosita, amor mío, Rosita mía, ayúdame... repetía con voz débil. La monja lanzó una carcajada convulsiva y violenta, sus ojos se agrandaron de una manera espantosa, pero no se movió.
Créame que sólo la desesperación ha podido arrastrarme a dar este paso, porque los cobardes enemigos de mi padre y míos han triunfado. »Le pido al mismo tiempo olvide completamente que ha existido en el mundo una persona del nombre de la desesperada, afligida e infortunada Mabel Blair». Quedé parado, con la carta abierta en la mano, manchada en lágrimas, absolutamente mudo y desconsolado.
Tu madre, Máximo me dijo, se pone cada vez más caprichosa. Sufre tanto, ¡padre mío! Sí, sin duda; pero tiene un capricho muy singular; desea que estudies derecho. ¡Yo, derecho! ¿cómo quiere mi madre que á mi edad, con mi nacimiento y en mi situación vaya á arrastrarme en los bancos de una escuela? Eso sería ridículo.
Se incorpora entonces y lanza una mirada del lado de la puerta. Me has encerrado, ¿no es verdad? dice con una nueva explosión de risa, que penetra a Martín hasta los tuétanos. Sí. ¿Quieres, pues arrastrarme contigo como un criminal? ¡Juan! Eres, en efecto, el más fuerte. Pero te declaro una cosa; que no soy tan débil que no pueda defenderme.
Porque debo confesar, que desde el día en que almorzó conmigo, comprendí con terror que Amparo podría arrastrarme a un amor nuevo, desconocido para mí; y tanto más terrible, cuanto más accesible al amor estaba mi alma.
Una noche tranquila, de hermosa luna, tuve que pasar solo cerca del sitio terrible. Aun tiemblo al recordarlo. El abismo me miraba, me atraía; mis rodillas se doblaban desobedeciendo mi esfuerzo y los tallos de los arbustos avanzaban para arrastrarme hacia la negra boca.
Al llegar a este punto las lágrimas ahogaron mis palabras, y me asaltó una aflicción tan grande que tuvieron que arrastrarme apresuradamente, fuera de la sala... Al despertarme me encontré sobre un canapé demasiado corto para mi talla. Estaba sepultado bajo una montaña de capuchas, de esclavinas y de chales de lana. Tenía el pescuezo torcido y las piernas acalambradas.
En castellano claro y por derecho, señora marquesa, pues creo haber penetrado la intención de usted al hacerme esas preguntas: yo no la he de malvender a usted jamás sus propiedades: en primer lugar, porque no la considero capaz de abusar de mi buena fe hasta el punto de arrastrarme a aquel extremo, y después, porque, aunque lo fuera, tampoco lo conseguiría. ¿Por qué?
Palabra del Dia
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