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Actualizado: 2 de junio de 2025


Allí me esperaba la dueña de la casa en su ataúd clavado y entre cuatro cirios. Cerca de ella había una religiosa pasando las cuentas de un rosario. La religiosa me entregó una rama de boj mojada en agua bendita, y yo sacudí gravemente unas cuantas gotas, en señal de bienvenida, sobre el ataúd forrado de lana blanca.

Metíase en San Gil, la iglesia popular que había visto el mejor día de su existencia, se arrodillaba ante la Virgen de la Macarena, haciendo que la encendiesen cirios, muchos cirios, y contemplaba a su luz rojiza la cara morena de la imagen, de ojos negros y largas pestañas, que, según decían, se asemejaba a la suya. En ella confiaba. Por algo era la Señora de la Esperanza.

Al toque de oraciones salió el Rey de la ALJAFERIA; delante de él iban á caballo todos los hijos de los que habian de ser armados caballeros aquel dia, llevando sus espadas: detrás los que llevaban las espadas de los ricoshombres á quienes el rey debia armar: á seguida iba D. Ramon Cornel con la espada del monarca, y delante de este dos carros triunfales del Rey, en que estaban ardiendo dos cirios de á diez quintales cada uno.

Al lado de éste y algo separado, había otro altarcito sobre el cual se alzaba una imagen del Salvador con el pecho abierto, dejando ver un corazón ensangrentado, ceñido por corona de espinas y coronado de llamas. En torno de la imagen había una muchedumbre de cirios encendidos que chisporroteaban lúgubremente en el inmenso ámbito silencioso de la iglesia.

Cantó enteramente distraído sin mirar apenas al libro, levantando sus ojos pequeños y duros por encima de las gafas para contemplar fijamente, mejor dicho, para pulverizar con la mirada al hijo de la Pepaina, que disimuladamente estaba arrancando las babas a los cirios y guardándoselas en el bolsillo. La cosa no era para menos.

No salió una palabra de sus labios. El cirio que el sacristán le dio no era más amarillo que su rostro en aquel momento. Atravesamos las calles tristemente, precedidos de la campanilla fatal, que, a intervalos largos, tañía con repique temeroso. A la puerta de la casa, Matildita, Fernanda, los criados y algunas amigas, de rodillas y con cirios encendidos también, esperaban al Señor.

Ella recordaba entonces, por amorosa comparación, el amanecer de invierno en el internado religioso. Se levantaban todas las colegialas para la misa del alba, y en el templo, a oscuras todavía, tres o cuatro cirios echaban un amarillento resplandor, que relucía en el reborde de algún candelabro o temblaba sobre la cara llorosa de la Virgen.

Después de cenar parcamente, Gabriel abrió un libro que llevaba en la cesta y púsose a leer a la luz de su linterna. De vez en cuando levantaba la cabeza, distraído por el revoloteo y los gritos de los pajarracos nocturnos, atraídos por el resplandor extraordinario del bosque de cirios. Transcurría el tiempo lentamente.

Primero lo debieron a la naturaleza respondió el Cojuelo, y prosiguió diciendo ; Aquel gigante que viene sobre un dromedario, con un ojo, y ése ciego, solamente, en la mitad de la frente, con un árbol en las manos de suma magnitud, lleno de bastones, mitras, laureles, hábitos, capelos, coronas y tiaras, es Polifemo, que después que le cegó Ulises, le ha dado la Fortuna a cargo aquella escarpia de dignidades, para que las reparta a ciegas y va siempre junto al carro triunfal de la Fortuna, que es aquel que le tiran cincuenta emperadores griegos y romanos, y ella viene cercada de faroles de cristal, con cirios pascuales encendidos dentro dellos, sobre una rueda llena de arcaduces de plata, que siempre está llenándolos y vaciándolos de viento, y esotro pie, en el elemento mismo, que está lleno de camaleones que le van dando memoriales, y ella rompiéndolos.

Fueron los «macarenos» que escoltaban a la procesión los que, en nombre de la gloria del barrio, acometieron a los «nazarenos» negros, chocando palos y cirios.

Palabra del Dia

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