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Actualizado: 2 de junio de 2025
Pues que se muere hoy mismo, si es que no ha muerto ya. Y después añadió: Esta noche, Gabriel, tendrás gran iluminación. La Virgen está en el altar mayor, hasta mañana, rodeada de cirios. Calló un momento, como si vacilase. Tal vez añadió baje a hacerte un rato de compañía. Debes aburrirte solo. Espérame.
Desnoyers vió hombres de su edad, erguidos, graves, moviendo los labios, fijando en el altar una mirada vidriosa que reflejaba como estrellas perdidas las llamas de los cirios... Y volvió á sentir envidia... Eran padres que recordaban las oraciones de su niñez pensando en los combates y en sus hijos.
Y ella, sin embargo, había ya llorado mucho para lavar con sus lágrimas sus pecados... Había ido muchísimo a la iglesia y quemado innúmeros cirios y cumplido las más duras penitencias... Creía que el secreto de sus faltas quedaba enterrado en el confesionario del cura párroco... Poco a poco las malas lenguas se habían cansado y acabado por dejarla tranquila... Comenzaba ya a respirar, vivía feliz entre el Príncipe y su hijo, creyendo que todo había acabado, cuando vuelve Delaberge y cae en su casa como un rayo... ¡Oh, sí, un rayo verdadero!... Cuando le vio entrar en la cocina se le agolpó toda la sangre en el corazón y estuvo a punto de caer redonda en tierra... Después ya no había podido conciliar el sueño, viviendo en una continua angustia y pareciéndole que estaba suspendida sobre su casa la amenaza de una gran desdicha.
Las personas que aún quedaban en el templo le abrían paso con más miedo que respeto. Penetró en todas las capillas y examinó minuciosamente el estado de los cirios que ardían en los altares. Alguna huella debió de reconocer en ellos del paso del vándalo, porque su rostro se fue encapotando cada vez más.
Ramiro se detuvo también, y su mano temblorosa reconoció que la moderna Sulamita había puesto en libertad «los cervatillos mellizos» del cantar. Allí se deshojó su doncellez, sobre aquellos escalones tenebrosos, donde dormía un olor sagrado de cirios y de incienso.
Fué en una noche blanca en que las susurrantes melodías del viento eran largos suspiros; fué una noche en que mi alma, recostada en tu seno, admiraba tus formas con mágico delirio; fué en una hora romántica en que el cielo del trópico era un arpa encantada, cuyos lejanos cirios alumbraban unánimes tu efigie soberana de mayestático ídolo.
La portación del viático a un moribundo, desfilando de día con cirios o faroles encendidos, repicando campanillas por el centro de la calle, las gentes azoradas que se hincaban a rezar a la vista o al ruido de la eternidad que pasaba en procesión fúnebre encabezada por el cura, y el resto en la capilla mortuoria del hogar angustiado, hacían la impresión macabra de las ejecuciones capitales en la plaza pública, también con sacerdotes, con reo en capilla, y marchas fúnebres, y espectadores conmovidos.
Las llamas de los cirios temblaban sin color y sin luz como fuegos fatuos retrasados en su viaje nocturno y sorprendidos por el día: la capa del jesuita brillaba bajo el sol como el caparazón de un insecto enorme, blanco y dorado. La sagrada ceremonia conmovía a Dupont hasta el punto de agolpar las lágrimas a sus ojos.
Los encapuchados, con sus cirios crepitantes, escoltaban a la Virgen, temblando el reflejo de sus luces en este manto regio que poblaba el ambiente de vivos fulgores. Al compás del redoble de los tamboree, marchaba luego un rebaño de hembras, el cuerpo en la sombra y la cara enrojecida por la llama de las velas que llevaban en las manos.
Muñoz se disimulaba en la nave izquierda, y aguardaba con el corazón palpitante. Aguardándola, su imagen empezaba a representársele, traída por el deseo, en tanto que la iglesia, su bóveda, los altares llenos de cirios, oscilaban para sus ojos como un confuso sueño.
Palabra del Dia
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