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Le pusieron entre las manos su biberón para que no alborotase, y cubriéronle con un pañuelo finísimo de seda. Estupiñá no entendía una palabra, ni veía la relación que la pluma y papel pudieran tener con lo que veía. «Don Plácido dijo Fortunata con mucha animación ; hágame el favor de escribir... Aquí no hay mesa. Chiquilla, tráele el tablero de las damas.

«Mira, chiquilla, si no te largas, verás». La amenazó con un movimiento del brazo, precursor de una gran bofetada; pero la mona se le rebeló, chillando así: «No me da la gana... ¿Y a usted qué?... ¡Mía esta!...». Fortunata le dijo: «Papitos, vete a la cocina», y obedeció la rapaza, aunque de muy mala gana. «Pues yo... prosiguió Fortunata , si es verdad, le diré a mi marido que tome otra casa».

A los pocos momentos ¡zas! un ballenazo y un grito de dolor. Inmediatamente otro golpe y otro grito. Y así sucesivamente. La costurera estaba encantada al notar que la chiquilla tropezaba más que otras veces. Manín engullía en silencio, volviendo sólo de vez en cuando los ojos con marcada indiferencia hacia aquella triste escena.

Pasado cierto tiempo, indeterminado para ella, recobró sus sentidos y pudo moverse, apreciando fácilmente la realidad. «¿Quién eres ? preguntó a Encarnación, única persona que estaba a su lado . ¡Ah!, ya te conozco... ¡Qué tonta soy! ¿No está mi tía?». Díjole la chiquilla que la señá Segunda había bajado al mercado, y que subió con la leche para el niño, y después se volvió a marchar.

La que debe tener lustre es el alma, no el calzado. Parece mentira que los humanos demos tal valor a estas niñerías. ¡Injusto estuve con la pobre chiquilla! ¡Inocente y angelical criatura! Soy un animal... ¿Pero quién es el guapo que de estrellas abajo entiende y practica la justicia? El tenido por justo hace setenta y dos barbaridades cada día.

Más adelante, al reparar en Amparo, se halló mejor en el pueblo. Si algo se burlaba de él la despabilada chiquilla, al fin era una muchacha, un rostro juvenil, una voz fresca y sonora.

De todos modos, el irte ahora es dar una campanada inútilmente. Tienes que buscar casa donde pasar la noche, y la hora no es á propósito para eso... Quédate á dormir, y mañana será otro día. Y si sigues plantada te puedes ir adonde mejor te parezca. No puede ser repuso con sosiego y firmeza la joven. Vamos, Soledad, no seas chiquilla. Debes comprender que no hay razón para esa terquedad.

En una palabra, chiquilla, no hay en ella complexión viciosa; tiene todo el corte de mujer honrada; nació para la vida oscura, para hacer calceta y cuidar muchachos.

Ese no es mi lugar. Entonces me miró muy azorado, y dijo meneando la cabeza: ¡Cáspita! La chiquilla es mordaz. Yo iba a replicar, pero papá entró. En la mesa no los perdí de vista, pero nada sospechoso hubo que observar; apenas si cambiaron algunas miradas.

Era esta una mujer de edad madura, agujereada como una espumadera por las viruelas, chata de frente, de ojos chicos. Viendo a la chiquilla vestida se escandalizó: ¿a dónde iría ahora semejante vagabunda? A misa, señora, que es domingo.... ¿Qué volver con noche ni con noche? Siempre vine con día, siempre.... ¡Una vez de cada mil! Queda el caldo preparadito al fuego.... Vaya, abur.