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Actualizado: 27 de julio de 2025
A los pocos momentos ¡zas! un ballenazo y un grito de dolor. Inmediatamente otro golpe y otro grito. Y así sucesivamente. La costurera estaba encantada al notar que la chiquilla tropezaba más que otras veces. Manín engullía en silencio, volviendo sólo de vez en cuando los ojos con marcada indiferencia hacia aquella triste escena.
Concha se había puesto grave otra vez, sentándose y haciendo un gesto imperioso a la niña para que se acercase. Tocábale el turno a la gramática. Aquí andaba peor todavía que en la historia, séase por la falta de memoria o porque el miedo la turbase. Comenzó el vapuleo: un ballenazo ahora y otro después y otro y otro.
Un poco antes de comer, Concha, que era la encargada de tomárselas, se sentaba en una silla, sacaba la famosa ballena y, con ella en una mano y el libro en la otra, daba comienzo a sus funciones pedagógicas. Cada tropiezo, cada palabra que la niña olvidaba costábale un ballenazo en la cara, en el cuello o en las manos.
Palabra del Dia
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