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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Con el viento y la bulla que el pavo metía apenas se sentían las chillonas voces provocativas. El Majito, cansado de parlamentar sin fruto ni resultado alguno, lanzó una piedra en medio de la turba de comerciantes. Al voltear, haciendo honda de su elástico brazo, parecía un gallito de veleta, obedeciendo más al viento que al coraje.
Y salió al recibimiento, acompañado de doña Lupe. Maximiliano les sintió cuchicheando en la puerta. Por fin se oyeron las botas chillonas del ex-alabardero bajando la escalera, y doña Lupe reapareció en el gabinete.
La gaita acentuaba sus notas agudas, chillonas, que hacían vibrar el aire a larga distancia, acompañada fiel y sordamente por el tambor. Las mozas exaltadas, sudorosas, con las mejillas encendidas y los cabellos revueltos, no cantaban ya, gritaban dando vueltas a la giraldilla, despidiéndose con rabia de aquel goce, que sólo de tarde en tarde se les ofrecía.
El azul del golfo era de una intensidad rabiosa allí donde no reflejaba el sol; las costas parecían de ocre; las casas tenían unas fachadas chillonas; y sin embargo, todos estos elementos discordes se compenetraban y se fundían en un ambiente armonioso, discreto, de dulce elegancia. La vegetación temblaba bajo la brisa con arreglo á una medida.
A estas palabras lacrimosas, chillonas, del cocinero mayor, Pedro volvió la cabeza y le reconoció. ¡Ah! ¿sois vos, señor Montiño? dijo también lloroso Pedro . ¡Oh, qué desgracia! ¡qué desgracia tan grande y tan impensada! ¡No la olvidaremos jamás! ¡Ni yo! ¡ni yo! ¡yo no puedo olvidarla nunca! exclamó Montiño ; pero, ¿cómo ha sucedido eso? ¿cuándo?
Pero como a Luis le habían dicho esto mismo todos los que fueron a hablarle en favor de Ernestina, lo escuchaba como quien oye una música antigua y empalagosa. Vuelto casi de espaldas a su mujer, miraba el camino, los Viveros, bajo cuyas arboledas bullía una alegre multitud. Los pianos de manubrio lanzaban sus chillonas notas, semejantes al parloteo de pájaros mecánicos.
No se lo volverá á encargar más dijo con acento lúgubre Montiño. ¿Y por qué, esposo y señor? dijo suavemente Luisa. Porque nadie encarga nada á los muertos contestó con acento doblemente lúgubre el cocinero. ¡Que ha muerto! preguntó con la misma suavidad y la misma indiferencia Luisa. ¿Pues por qué estoy yo aquí? exclamó en una de sus chillonas salidas de tono Montiño.
Salvatierra y su discípulo, refugiándose en la cuneta, vieron pasar cuatro briosos caballos con borlajes saltones y chillonas ristras de cascabeles tirando de un coche lleno de gente. Cantaban, gritaban, palmoteaban, llenando el camino con su alegría loca, esparciendo el escándalo de la juerga sobre las llanuras muertas que aun parecían más tristes a la luz de la luna.
Y como si hubiera sido una señal aquel himno a la luz cristiana entonado por el orador casi invisible en la penumbra del salón, comenzaron a encenderse las lámparas eléctricas, saliendo de la obscuridad los cuadros, los dorados, los escudos, las figuras duras y chillonas pintadas en la cúpula. Rafael se sentía trémulo, fuera de sí, embriagado por la facilidad con que desenvolvía su discurso.
Fuera de la granja sonaron las notas chillonas de las trompetas de los arcángeles tocando llamada, y los rubios soldados de la escolta divina descendieron de los árboles con tal violencia, que no dejaron en ellos fruto ni hoja. Una nube de langosta no lo hubiese hecho peor.
Palabra del Dia
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