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Actualizado: 14 de octubre de 2025
El señor, contra las presunciones del granuja, pasó de largo, echándole á la cara una bocanada de humo de su grueso cigarro. Cafetera lo tragó con ansiedad, y retirando de los labios su colilla, se fué detrás del puro. ¿Me da la punta usté? Chocó al interrogado la desvergüenza del raquero. Miróle muy detenidamente, y ¿Quién eres tú, chicuelo? le preguntó. Yo soy ... Cafetera. ¿De dónde eres?
A la mente y a la lengua se le vinieron ideas y palabras, a borbotones, y las arrojó a la cara del sobrino, cual si le azotara con un látigo... ¡Cómo! ¡él, un chicuelo pobre, un perdulario, endeudado por suma tan crecida! pero, ¿cómo había podido creer que sus fondillos iban a valer tanto jamás? ¿no pensó, por un instante siquiera, ya que su cabeza parecía tan hueca, que si perdía, no podría pagar, y si no podía pagar, que deshonraba a su familia para siempre? ¿en qué escuela se había educado, que así le habían sugerido la peregrina teoría de que las deudas son cosa baladí y es lujo de caballero tenerlas? ¿y esta era la manera con que él pensaba hacer la felicidad de su padre y de su tía, y la suya propia?
El sol, rojo y recortado cual enorme oblea, trazaba sobre el mar un triángulo de fuego y las aguas hervían como si reflejasen un incendio. Antonio empuñaba el timón, el compañero estaba junto al mástil y el chicuelo en la proa explorando el mar. De la popa y las bordas pendían cabelleras de hilos que arrastraban sus cebos dentro del agua.
El escándalo pondría de manifiesto su derrota, tanto más vergonzosa cuanto que el vencedor era un chicuelo absolutamente desconocido. Determinóse, pues, prudentemente a no dar su brazo a torcer ante el mundo y a alejarse de su querida temporalmente, dejándola que satisficiese su capricho. Quizá más adelante, cansada de triscar con aquel corderillo, volvería la oveja al redil.
Su palabra valía tanto como la de don Antolín. El Vara de plata la temía, inclinándose ante la poderosa protección que todos adivinaban detrás de la pobre mujer. En los tiempos que su padre, abuelo materno de Gabriel, era sacristán de la catedral, ejercía las funciones de monaguillo un chicuelo, sobrino de cierto beneficiado que acabó por costearle la carrera en el Seminario.
Quedó convenido entre la mayoría, casi la totalidad de los capellanes de la villa, que el excusador era un chicuelo sin peso ni formalidad, que había desprestigiado a la clase sacerdotal y que Dios sabe dónde pararía si el prelado no tomaba cartas en el asunto. Desde entonces no perdonaron medio todos ellos de demostrarle su desprecio.
Apenas logró verle un minuto la cara desviándole de ella los brazos, pudo convencerse de que el muy insolente no hacía sino reírse a más y a mejor, y también notar la extraordinaria lindeza del desharrapado chicuelo. Julián, testigo inquieto de esta escena, se adelantó y quiso arrebatárselo a Nucha.
Iba por caminos extraviados, dando grandes rodeos, ocultándose como cuando de niño marchaba con los camaradas a comer fruta en los huertos. El encuentro con una labradora; con un chicuelo o con un mendigo, le hacía temblar, a él, cuyo nombre repetía todo el distrito, y que de un momento a otro iba a conseguir la investidura popular, el eterno ensueño de su padre.
Un rey, grandes artistas, paladines hermosos y aristocráticos como el conde ruso, potentados que disponían de grandes riquezas. ¡Y él, pobre provinciano, diputado obscuro, sometido como un chicuelo al despotismo de su madre y sin dinero casi para sus gastos, pretendía sucederles!
Estaba resuelto a hacerle comprender que no era ningún chicuelo o mentecato de quien se pudiera burlar impunemente. Después de todo, salvando su hermosura, que seguía reconociendo, lo que en ella amaba y admiraba más era el espíritu candoroso y sincero que pensaba poseía.
Palabra del Dia
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