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Actualizado: 14 de octubre de 2025
En su impotente rabia mordíase las manos y se tapaba los oídos, temiendo que la sangre le cegase y llegase a cometer algún delito que comprometiera la vida de su hija. Como ya dijimos, la muchedumbre, no contenta con prodigarles injurias, trató asimismo de arrojarse sobre ellos brutalmente. Un chicuelo dio la señal lanzándoles un pedazo de naranja.
Luego, el sosiego con que recibía los gestos provocativos de desprecio que no le escatimaba, le parecían una ofensa. Bien mirado, aquel chicuelo se estaba burlando de ella: porque no era creíble que un enamorado mostrase tanta serenidad y cinismo. Sin duda, después que advirtió que la molestaba, se propuso mortificarla para vengarse. Y no cabía duda que lo lograba cumplidamente.
Y don Juan, abandonando la ratonera, rué hacia su sobrino con la sonrisa paternal, bondadosa, que reservaba para Juanito aquel hombre duro y malhumorado con todos. La mirada curiosa e interrogante del sobrino llamó su atención. ¿Desde cuándo no has estado aquí...? Creo que desde que eras un chicuelo y subías a enredar con tus compinches. Lo menos hace veinte años.... Está bien arreglado, ¿verdad?
Aquella salida grosera indignó mucho a Miguel, quien dirigió al chicuelo una mirada de desprecio. Maximina se había puesto levemente encarnada. No lo crea V... Sí, desearía volver; pero no causando perjuicio a nadie. Comprendo que ahora, mientras las niñas no sean mayores, mi tía me necesita... ¿Y qué tiene de particular que V. lo desee? dijo Miguel con dulzura.
Pues... hacia... hacia fuera, hacia el mundo, vamos respondíle yo aturullado como un chicuelo imprudente, temeroso de que me descubriera los pensamientos que me habían arrancado la pregunta. ¡Jacia el mundo! repitió él soltando una carcajada . Pues me hace gracia la ocurrencia, ¡pispajo! ¿Estamos aquí en el limbo, o qué?
Y esto sucedió entonces. Un mancebillo de Rivota saltó al cabo por encima de la hoguera y después de saltar gritó con voz recia: «¡Viva Lorío!» Un estremecimiento de susto corrió por toda la plazoleta. La inquietud y el malestar se pintaron en todos los semblantes. Otro chicuelo de Canzana hizo inmediatamente lo mismo y gritó con voz más recia aún: «¡Viva Entralgo!»
Dos hombres tocaban la guitarra en puntos opuestos del corral, y un chicuelo de doce a catorce años, con vocecita cascada y antipática, iba entonando unas carboneras con bastante estilo. La puerta de Paca estaba solitaria. Oí adentro su voz y llamé con los nudillos. ¿Es uté, señorito? No le esperaba tan pronto dijo la cigarrera, saliendo.
En aquellos días de aventuras y pilladas y esparcimiento, cualquiera que hubiese tenido interés en seguir los pasos de este desgraciado chicuelo le habría visto encaramándose en la verja de la puerta principal de la Plaza de Toros para alcanzar a ver algo del ensayo de la mojiganga, o bien jugando en los tejares adyacentes, o en el río entre las lavanderas.
Su hija Ángela era una muchachota fresca y robusta, de diez y ocho años, uno más que Rosa, que tenía poco de particular, lo mismo en lo físico que en lo moral. Rafael, un chicuelo de catorce, de pocas carnes y mucha malicia. A Rosa ya la conocemos.
Sobre todo, aquel chicuelo andrajosa que en una mano tiene un billete de lotería, y con la otra le roba bonitamente las castañas del cesto á la tía Lambrijas, hace desternillar de risa á todos. En suma: el Nacimiento número uno de Madrid es el de aquella casa, una de las más principales, y ha reunido en sus salones á los niños más lindos y más juiciosos de veinte calles á la redonda.
Palabra del Dia
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