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Pensó que ella se asustaría al verle entrar tan descompuesto, al sentir abrir la puerta. Por fin, con la mayor cautela, puso la llave en la cerradura, le dió vueltas y abrió muy quedo. Entró, volvió á cerrar y dió algunos pasos. Era ya tarde: la casa estaba obscura; no veía nada. Anduvo á tientas un rato. Al fin distinguió los objetos, y siguió por el pasillo.

Obdulia se encargó desde el primer momento de premiar el celo y la actividad de Trabuco, que estaba loco de contento. Todas las damas le felicitaron por su energía para cerrar aquello con llave y por el buen gusto de la mesa. Los ojos montaraces le echaban chispas, pero no se movían. Obdulia le sentó a su lado. ¡Feliz Ronzal aquella noche! Ana se encontró sentada entre la Marquesa y don Álvaro.

El cual, no parándose a reconocerla, se la colgó en un abrir y cerrar de ojos, sepultó la mano en el bolsillo del chaleco, y sacando un puñado de monedas de plata, las desparramó sobre el mármol, exclamando: «para los mozosLa acción fue tan rápida, que algunas rodaron, y después de danzar sobre la lisa superficie, vinieron a aplanarse con sonoro tañido.

Toparás, de vez en cuando, hasta con desagradecidos, y verás que éste es el tropiezo que más duele y el que más obliga a cerrar los ojos para seguir adelante con el deber que uno tiene con Dios y con sus buenas intenciones; y obrando así, hasta llegarás a mirar a esos desdichados como a hijos que más necesitan por sus flaquezas, de amor y de la vigilancia del padre.

Tan seguros como yo a estos hombres, tenía a los de Coteruco mi gran amigo don Román de la Llosía, y ya te he contado cómo y por qué, dos años hace, en cuanto vinieron estas políticas nuevas que hoy nos gobiernan, en un abrir y cerrar de ojos se le fueron de las manos, y de hombres agradecidos y cariñosos, se convirtieron en fieras enemigas suyas, hasta el punto de verse obligado el caballero, más por dolor de lo que veía que por miedo que lo tuviera, a mudar su residencia a Santander con toda su familia.

Y pálido y trémulo, se aproximó y puso sus labios en la frente de la criatura, mientras la dama le contemplaba con sonrisa provocativa y triunfal. La cita. Esta fue la tercera noche en que el conde de Onís apenas pudo cerrar los ojos. Nada más natural que en las dos anteriores estuviese agitado, calenturiento; pero ahora, ¿por qué? Todo se había resuelto como apetecía.

Pase usted. Me colé de rondón. Mi hombre, casi tendido en una poltrona, cerca de la ventana, revisaba un legajo. Al sentirme se incorporó contrariado, dejó el asiento, y fué a cerrar la puerta, acaso para que no pudiese oirnos el escribiente. ¿Qué mandaba usted? me dijo frunciendo el entrecejo. Mi maestro, el señor don Román López, me ha recomendado....

Generalmente, la muchacha abría la puerta de la sala y por la rendija echaba la carta; pero aquel día hasta este recurso faltó, porque estando sin cerrar la vidriera de colores, a causa de la limpieza, del recibimiento se veía todo lo que pasaba en la escalera; hubo que esperar la hora de Palermo.

No si porque algo al cerrar los ojos, ó por una adivinacion incomprensible del fluido eléctrico que me volvia loco: más claro, no si porque algo con mis ojos ó con mi gran miedo, me parecia estar mirando aquella formidable concavidad, al mismo tiempo que me imaginaba dando vuelcos por aquella region, muy maravillosa, muy sorprendente; pero muy vacía. ¡Dios le pague al buen ingeniero la excelente intencion con que obraba; pero se acabó el ir con él á la visita de ningun monumento que tenga más de un piso!

Quise hablar, para dar mayor seguridad de que no era nada lo que había pasado, que la muñeca conservaba íntegros sus miembros, y yo lo mismo, y que celebraba la ocasión de conocer una niña tan hermosa y simpática, etc., etc. Nada de esto fue posible. La chica murmuró confusamente un «muchas gracias», y se apresuró a cerrar la puerta, dejándome con el discurso en el cuerpo.