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Allí todo es hóstil, hasta el aire que se respira: tan pronto como se pierde de vista la ciudad y empieza el interminable y cada vez más escabroso camino de la sierra, se experimenta esa sensación de malestar que produce siempre la cercanía del peligro: los árboles, los peñascos, la selva virgen, el boscaje enmarañado, el negro abismo que obliga á cerrar los ojos para sustraerse al vértigo... y la soledad, la horrible y angustiosa soledad que oprime el corazón y pueblo el cerebro de horripilantes imágenes y el alma de tristes presentimientos.

A sus espaldas sonaron lamentos. «Adiós, hijos míos... Adiós, vida... Yo no quiero morir... ¡no quiero morir!...» Los dos hombres sintieron la necesidad de decir algo, de cerrar la página de su existencia con una afirmación. ¡Viva la República! gritó el alcalde. ¡Viva Francia! dijo el cura. Desnoyers creyó que ambos habían gritado lo mismo.

El comisario los registraba uno por uno, abría los cajones de los muebles, ninguno de los cuales estaba cerrado con llave, y después de echar una ojeada a los objetos de elegancia femenina de que estaban llenos, los volvía a cerrar.

Difícil es decirlo... Ocupa un puesto de confianza. ¡Ah! tiene un gran corazón... un gran corazón... ¿Ese gran corazón roba todavía un poco de harina de los sacos? pregunta Juan riéndose. Martín se encoge de hombros con disgusto y murmura algo como: «Veintiocho años de servicios» y «hay que cerrar los ojos

Cuando pasó al salón, alguien entró al mismo tiempo por el lado de la cubierta. Era Caragòl, que intentaba cerrar el paso á una mujer; pero ésta, burlando sus ojos cegatos, iba deslizándose poco á poco entre su cuerpo y el tabique de madera. Al ver al capitán, Freya corrió hacia él tendiendo sus brazos.

Pero viéndole dudoso, con los ojos espantados aún, se levantó, teniendo la niña en los brazos, abrió la puerta y cambió algunas palabras con Jacoba que, en efecto, estaba allí. Después de entregarle la criatura y cerrar, volvió de nuevo a sentarse. ¿Cómo eres tan cobarde, di? No es cobardía repuso él ruborizado. Es que estoy siempre sobresaltado... No lo que me pasa... La conciencia quizá...

Bartolo quedó unos instantes sin saber si estaba en este mundo ó en el otro, pero volviendo en su acuerdo supo con admirable serenidad mantener su dignidad y el prestigio de su glorioso nombre. ¡Anda, cochino! exclamó apresurándose á cerrar la puerta. ¡Corre, corre, que ya llevas bastante por hoy!

El cual, estando la séptima noche de los días de su gobierno en su cama, no harto de pan ni de vino, sino de juzgar y dar pareceres y de hacer estatutos y pragmáticas, cuando el sueño, a despecho y pesar de la hambre, le comenzaba a cerrar los párpados, oyó tan gran ruido de campanas y de voces, que no parecía sino que toda la ínsula se hundía.

Pepita, que se había levantado para despedir al padre vicario, no bien volvió a cerrar la puerta y quedó sola, de pie, en medio de la estancia, permaneció un rato inmóvil, con la mirada fija, aunque sin fijarla en ningún objeto, y con los ojos sin lágrimas. Hubiera recordado a un poeta o a un artista la figura de Ariadna, como la describe Catulo, cuando Teseo la abandonó en la isla de Naxos.