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Actualizado: 29 de julio de 2025
A las nueve muy largas, cuando cerca de cinco mil barquillos reposaban en el tubo, todavía el padre y la hija no habían cruzado palabra. Montones de brasa y ceniza rodeaban la hoguera, renovada dos o tres veces. La niña suspiraba de calor, el viejo sacudía frecuentemente la mano derecha, medio asada ya. Por fin, la muchacha profirió: Tengo hambre.
5 y traeré un bocado de pan, y sustentad vuestro corazón; después pasaréis, porque por eso habéis pasado cerca de vuestro siervo. 6 Entonces Abraham fue de prisa a la tienda a Sara, y le dijo: Toma presto tres medidas de flor de harina, amasa y haz panes cocidos debajo de la ceniza.
9 Y vendrá a ser polvo sobre toda la tierra de Egipto, el cual originará sarna que eche vejigas apostemadas en los hombres y en las bestias, por toda la tierra de Egipto. 10 Y tomaron la ceniza del horno, y se pusieron delante de Faraón, y la esparció Moisés hacia el cielo; y vino una sarna que echaba vejigas, así en los hombres como en las bestias.
Sí, soy ya una sombra; pero, yo sombra, me rio aun de los que para afrentarme pusieron sobre mi cabeza la ceniza de mis monumentos y la de los hijos que perdí en la hoguera. ¿Quién podrá quitarme ese horizonte azul, mi cielo de oro? ¿quién mis colinas cubiertas de naranjos, mis paseos ocultos bajo las copas de los álamos? Esta esclava es aun reina á pesar de sus contrarios.
Cuando en el reloj cercano sonaron las tres, el pobre muchacho tenía ya la cabeza pesada, la vista insegura, y su hermoso busto, inclinado aún hacia la mesa, aparecía envuelto en una nube de humo que habían dejado en la atmósfera del cuarto los pitillos consumidos, cuya ceniza, movida por la respiración, revoloteaba sobre las hojas de los libros.
7 Velo, y soy como el pájaro solitario sobre el tejado. 8 Cada día me afrentan mis enemigos; los que se enfurecen contra mí, se han conjurado contra mí. 9 Por lo cual como la ceniza a manera de pan, y mi bebida mezclo con lloro, 10 a causa de tu enojo y de tu ira; porque me alzaste, y me arrojaste. 11 Mis días son como la sombra que se va; y me he secado como la hierba.
No está mal que usted ame lo que quiera dijo ésta. Lo malo que hay es que ese amor de usted cuesta muchas lágrimas a algunas criaturas inocentes. ¡Es la ley de la vida! repuso el seductor alzando los hombros con resignación y sacudiendo la ceniza del cigarro con su dedo meñique cubierto de sortijas.
Quiso orar: no tenía pensamiento; no era ya más que una pavesa, una masa de ceniza. El viento le desmoronaba: se sentía difundirse en el espacio ardiente, se quemaba ya quemado.
No se sabe qué es; pero uno ve con respeto, y como con cariño, a aquellos hombres de delantal y cachucha que sacan con la pala larga de un horno a otro el metal hirviente; tienen cara de gente buena, aquellos hombres de cachucha: ya no es piedra el metal, como era cuando lo trajo el carretón, sino que lo que era piedra se ha hecho barro y ceniza con el calor del horno, y el metal está en la caldera, hirviendo con un ruido que parece susurro, como cuando se tiende la espuma por la playa, o sopla un aire de mañana en las hojas del bosque.
A todo esto llovía, llovía, y la tarde de invierno caía prontamente, y el celaje gris ceniza parecía muy bajo, muy próximo a la tierra. Chinto encendió el candil de petróleo, y trajo caldo a la paralítica, y permaneció sentado, sin chistar, con las rodillas altas, los pies apoyados en el travesaño de la silla, la barba entre las palmas de las manos.
Palabra del Dia
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