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Actualizado: 20 de octubre de 2025
Yo sé que tiene buen fondo: ¿qué importan las faltas más graves, cuando van seguidas del arrepentimiento? Lázaro advirtió que Clara hizo un movimiento, como si tratara de contradecir aquellas palabras; pero en su ceguera no supo ver, no supo apreciar que en aquel instante el alma de su amiga pasaba por el más duro trance de dolor y paciencia de que es capaz la naturaleza humana.
Diome el Señor, para compensarme de la ceguera, una memoria feliz, y gracias a ella he sacado algún provecho de las lecturas; pues aunque éstas han sido sin método, yo al fin y al cabo he logrado poner algún orden en las ideas que iban entrando en mi entendimiento. ¡Qué delicias tan grandes las mías al entender el orden admirable del Universo, el concertado rodar de los astros, el giro de los átomos pequeñitos, y después las leyes, más admirable aún, que gobiernan nuestra alma!
Haré too lo que sepa murmuraba Gallardo con falsa modestia . Yo creo que no quearé mal der too. El apoderado intervenía, con la brava ceguera de su fe: Quearás como las propias rosas... como un ángel. ¡Si tú te metes los toros en el bolsillo!... Luego, los entusiastas de Gallardo, olvidando por un momento la corrida, comentaban una noticia que acababa de circular por la ciudad.
Hasta yo misma recuerdo que de chica me atusaba el pelo y me estiraba la falda cuando oía arrastrar un sable por las losas del claustro. Es una ceguera que pasa de madres a hijas, y eso que ellos, los malditos, tienen sus primas o sus novias allá en su tierra, y a ellas vuelven así que salen de la Academia. Bueno, tía; pero ¿en qué paró lo de mi sobrina?
Como Teri se marchaba a París, él se fue también, y empezó lo que llamaba Fernando la mejor época de su existencia: una vida de concentración egoísta, una vida a dos, de ceguera y olvido para todo lo que estaba más allá de ellos, cortada por frecuentes viajes emprendidos al azar de una lectura o de un recuerdo histórico. «¡Qué hermoso besarnos entre las columnas del Partenón!» Y emprendían un viaje a Grecia. «¡Qué delicia ver el desierto, los dos juntitos, desde lo alto de las Pirámides!» Y salían para Egipto.
Entre tanto, por padre tenedme. Y sin decir más, saliose, pálido como un muerto, y preñados de lágrimas los ojos, sin que yo llegase a comprender todavía la causa de aquello, que era para mí lo que la luz para el ciego, que no sabe que hay otra cosa que las tinieblas en que su ceguera le tiene.
Los cuernos de los toros no le daban miedo. «Peores cornás da el hambre.» Lo importante era subir de prisa, y el público le había visto comenzar como espada, logrando en pocos años una inmensa popularidad. Le admiraban por lo mismo que tenían su desgracia como cierta. Enardecíase el público con infame entusiasmo ante la ceguera con que desafiaba a la muerte.
Un obús había caído en el foso, levantando una enorme columna de agua, haciendo volar en fragmentos las carpas que dormían en el barro, rompiendo una parte de los bordes, convirtiendo en polvo la balaustrada blanca con sus jarrones de flores. Se lanzó á correr con la ceguera del terror, viéndose de pronto ante un pequeño redondel de cristal que le examinaba fríamente.
Si llega á enterarse de lo que es esta tierra cuando la riegan, nos la roban los ingleses, como nos robaron las islas Malvinas, que ellos llaman de Falkland. Rojas también evocaba el pasado, para lamentar la ceguera de sus abuelos y sus padres. Habían tenido el defecto de ser ricos en la época que aún no se habían creado las fortunas más grandes de la Argentina.
Ana leía con el alma agarrada a las letras. Cuando concluía una página, ya su espíritu estaba leyendo al otro lado. Aquello sí que era nuevo. Toda la Mitología era una locura, según el santo. Y el amor, aquel amor, lo que ella se figuraba, pecado, pequeñez; un error, una ceguera. Bien había hecho ella en vivir prevenida.
Palabra del Dia
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