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Actualizado: 20 de octubre de 2025
Medio sorprendida y medio violentada, en un instante de debilidad y de ceguera, casi sin conciencia y sin brío para resistir, Lully se rinde y se entrega a un hombre perverso y audaz que no la merece. Aun después de esta caída Lully procura consolarse con un ideal, ya que no nuevo, renovado.
¡Viene! exclamó Golfín, participando del terror de su enferma. Es él dijo Florentina, apartándose del sofá y corriendo hacia la puerta. Era él. Pablo había empujado la puerta y entraba despacio, marchando en dirección recta, por la costumbre adquirida durante su larga ceguera. Venía riendo, y sus ojos, libres de la venda que él mismo se había levantado, miraban hacia adelante.
Las alas parten más raudas y seguras a hender los espacios cuanto más alta y sólida sea la atalaya de observación desde la cual se lanzan a volar. A la edad de diez y ocho o veinte años la mujer carece de aptitudes analíticas y de observación. El mundo es para ella una maravilla deslumbrante, en cuya presencia el optimismo toma formas de ceguera.
Pero la solución estaba lejos, y mientras tanto, indignábanle la creciente miseria, la abyección moral de los siervos de la tierra. Le asombraba la ceguera de las gentes felices aferradas al pasado. Dando la posesión del suelo en pequeñas partes a los trabajadores, como en otras comarcas de España, retardarían por siglos la revolución en los campos.
Entretanto, el soldado, a voz de contrapunto, clamaba así: Otra palabra, bella María, y de todo punto desaparece mi triste lisiadura, y otra y última intercesión, y desaparece mi ceguera. Los del baile aplaudían, muchos preguntaban, todos respondían, gritaba el soldado y saltaba y latía estruendosamente el perro.
Entre todas las naciones del mundo no se hallaria otra mas inquieta, ni mas inclinada á vagar que esta; porque ni una extrema vejez, ceguera, ú otro cualquier mal, es capaz de contenerlos; son fuertes, bien hechos, y no tan cetrinos como los otros indios.
¡Oh tediosas vanidades! ¡Cuánta pena inútil, cuánta ceguera, cuánta puerilidad significaban aquellas fruslerías entre el amargo realismo de la existencia! ¿Para qué tanto afán disipado en colorir y labrar marfiles y leños, en retorcer la pasta quemante del vidrio, en incrustar ataujías ante la expectativa de la muerte?
Si abandonó el camino, fué por llegar antes á la barraca de Pimentó. Alguien estaba en la puerta. La ceguera de la cólera y la penumbra crepuscular no le permitieron distinguir si era hombre ó mujer, pero vio cómo de un salto se metía dentro y cerraba la puerta de golpe, asustado por aquella aparición próxima á echarse la escopeta á la cara. Batiste se detuvo ante la barraca cerrada.
Hermosa María le replicó alegre el soldado , no sólo deseo que toméis parte en este consuelo mío, sino que os lo suplico lo más rendidamente posible, que aunque yo no tengo en mucho tales prácticas, le doy en trueque tal encanto a la belleza, y tal fuerza y poder a la intercesión de un ángel, que sólo con que vos pongáis mano en ello ya me cuento por curado y franco y libre de lisiadura y de ceguera.
La voz de Febrer, como un susurro, acarició las orejas de la muchacha. Allí le tenía, para convencerla de que era amor, verdadero amor, lo que ella consideraba un capricho. Febrer no sabía aún ciertamente cómo había sido esto. Sentía un malestar en su soledad, un anhelo vago de cosas mejores, que tal vez estaban a su alcance, pero que él, en su ceguera, no podía reconocer, hasta que de pronto había visto claro dónde estaba la dicha... Y la dicha era ella. ¡Margalida! ¡«Flor de almendro»!
Palabra del Dia
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