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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Es que... entiéndelo bien... nunca me resignaré a que mi amor sea cosa de juego. Yo podré no tener exigencias ridículas; pero tampoco me dejaré tratar como... ya me comprendes. Don Juan, no sabiendo qué responder a tan sinceros avisos, se contentaba con mirarla rendidamente.

Hermosa María le replicó alegre el soldado , no sólo deseo que toméis parte en este consuelo mío, sino que os lo suplico lo más rendidamente posible, que aunque yo no tengo en mucho tales prácticas, le doy en trueque tal encanto a la belleza, y tal fuerza y poder a la intercesión de un ángel, que sólo con que vos pongáis mano en ello ya me cuento por curado y franco y libre de lisiadura y de ceguera.

Al punto mandó el rey que traxeran á Zadig á su presencia, y que sacaran de la cárcel á sus dos amigos y la hermosa dama. Postróse el rostro por el suelo Zadig á las plantas del rey y la reyna; pidióles rendidamente perdon por los malos versos que habia compuesto, y habló con tal donayre, tino y agudeza, que los monarcas quisiéron volver á verle: volvió, y gustó mas.

En resumen: a él, que por haber estudiado para clérigo, y haber hecho voto de castidad, aunque no había entrado en Orden, le habían parecido todas las mujeres, menos la Virgen María y la madre que le había parido, artificios del diablo para perder a los hombres, entrole de súbito una tal ansia amorosa y una tal sed de hermosura, que no se conoció a propio; y el diablo se le metió en el cuerpo, y pensó que si todas las brujas eran como aquella, vendríase a gobernar el mundo por ellas; y en vez de hablar recio y seco y altisonante e imperativo a aquella divinidad, besola rendidamente las manos y se declaró muy su servidor, y aun criado.

Señores, les respondió, líbreme Dios de robar en mi vida á vuestra hermosa Misuf, que es antojadiza en demasía; y á ese Cletofis no le he asesinado, sino que me he defendido de él, porque me queria matar, por haberle rendidamente suplicado que perdonase á la hermosa Misuf, á quien daba desaforados golpes.

Pero todos hablaban en voz más alta que él. La palabra del ilustrado escolapio era siempre suave, apagada, como si jamás saliese de la sala de un enfermo. Cuando él hablaba, sin embargo, establecíase el silencio en el grupo, se le escuchaba con placer y veneración. La marquesa, al acercarse, le besó la mano rendidamente y le preguntó con interés por el catarro que hacía días padecía.

Palabra del Dia

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