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Actualizado: 1 de junio de 2025


Los cuernos de los toros no le daban miedo. «Peores cornás da el hambreLo importante era subir de prisa, y el público le había visto comenzar como espada, logrando en pocos años una inmensa popularidad. Le admiraban por lo mismo que tenían su desgracia como cierta. Enardecíase el público con infame entusiasmo ante la ceguera con que desafiaba a la muerte.

Enardecíase doña Zobeida al relatar los esplendores pasados, y Conchita aprobaba moviendo la cabeza, como si diese fe. Habituada a oír todas las noches en su camarote estas grandezas creía haberlas contemplado con sus ojos.

Iban a ver toros en las dehesas próximas a Sevilla, a tentar becerros en las vacadas del marqués, y doña Sol, entusiasta del peligro, enardecíase cuando un toro joven, en vez de huir, revolvíase contra ella sintiéndose picado por la garrocha, y la acometía, teniendo que acudir Gallardo en su auxilio.

A la claridad triste y gris de la tarde hojeaba el maestro los cuadernos o hacía correr sus manos sobre el armónium, conversando con Gabriel, que se sentaba en la cama. Enardecíase el músico hablando de sus adoraciones artísticas.

Cuando estaba solo y entregado a sus reflexiones, asustábase de las audacias de su pensamiento; pero oyendo al principal enardecíase, y entre las cenizas de su carácter tímido y apático asomaba el fuego del aventurero. Las contiendas entre don Eugenio y su antiguo dependiente los separaban, y a pesar de hacer la vida bajo el mismo techo, pasaban semanas sin hablarse.

Con la rápida evocación de las riquezas pasadas, enardecíase don Antolín hasta indignarse.

Y el revolucionario enardecíase al hablar: abandonaba su sonriente frialdad; brillábanle los ojos tras las gafas azuladas, con el fuego de la rebelión. La caridad no había hecho nada por dignificar al hombre.

Palabra del Dia

rigoleto

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