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Actualizado: 14 de junio de 2025


Valor propone que la hija de Malec se case con Mendoza, y Tuzaní, para prevenirlo, corre á buscar á Mendoza y lo desafía; pero este combate es interrumpido, porque Valor y Zúñiga vienen á casa de Mendoza para hablarle del casamiento que ha de poner término á esta cuestión.

Yo vine a Villavieja de teniente de carabineros: no cucharón, señorita, sino de colegio, del de Infantería. Aquí ascendí a capitán y me casé con una villavejana de bastante buen ver y no pobre del todo. ¿No es cierto, don Alejandro? Y se queda usted corto. Era de lo mejorcito de aquí... Y pasemos de largo sobre ese punto, antes que empiece a dolerle como de costumbre. Bueno.

¿Y cómo le recobrásteis? No le recobré yo. ¿Pues quién fué? Ese caballero, que no por qué razón acertó á venir con dos amigos por la Cava Baja, cuando ya se llevaban el cofre. ¡Don Juan Téllez Girón! ¡Ah! ¿sabéis ya cómo se llama? Anoche le casé. ¡Que le casásteis! , con doña Clara Soldevilla. Pero, señor, ese mancebo ha caído de pies en la corte, todas le aman.

Y ahora que sabes ya lo bien pagada que es tu inclinación, ¿qué sientes?, ¿qué piensas de D. Jaime? Siento y pienso... que no debo dar en seguida un de que tal vez no haga él mucho aprecio si con tal facilidad le obtiene. Además, no basta ser amada. Es menester pensar en el término de estos amores. ¡Hija mía! ¿Qué otro término pueden tener sino el de que os case el cura?

Imagina el efecto de esa hija que le cae de improviso como una revelación que va a divertir, y casi a escandalizar, a sus respetables colegas de la Academia... ¿Cómo va a salir de la aventura? Es verdad que existe el convento... hasta que se case, dice él... ¿Quién sabe? Quizá hasta la muerte... Si la mete allí, allí se quedará. Máximo a su hermano. 2 de julio de 190...

Doña Laura, mujer de áspera naturaleza, agriada por la vejez y por el cansancio de aquella vida de tentativas penosas y sin fruto, le decía con dramático acento: «Hombre inútil, hombre muñeco. El día en que me casé contigo debió el Señor haberme llevado de este mundo. ¿Para qué sirves , como no sea para comer?

Deben haberse perdido muchas de tus cartas, lo que no es extraordinario, pues hasta los últimos años he ido de un lugar á otro, sin echar raíces. Algo supe, sin embargo, de tu vida. Creo que te casaste. Torrebianca hizo un gesto afirmativo, y dijo gravemente: Me casé con una dama rusa, viuda de un alto funcionario de la corte del zar... La conocí en Londres.

No crea usted que era una de esas mujerzuelas borrachas y embrutecidas, que es el papel que en las novelas se reserva siempre a la hembra del verdugo. Era una moza de mi pueblo, con la que casé al volver del servicio. Tuvimos un hijo y una hija; pan poco, miseria mucha, y ¿qué quiere usted? la juventud y cierta brutalidad de carácter me llevaron al oficio.

¡Casarse mi hija! exclamó con miedo y casi con cólera. ¡Qué delirio! Haga usted el favor de no hablar de amores y de casamientos á una niña, que no debe pensar en otra cosa que en vestir y desnudar muñecas. ¡Casarse! ¿Cómo quiere usted que se case esta mocosa? No, señor; yo no quiero engañar á ningun hombre. Mi hija no se casará un dia antes de los treinta años.

Pero una cosa quiero suplicar a vuestra merced, entre otras, señor licenciado, y es que, porque a mi amo no le tome gana de ser arzobispo, que es lo que yo temo, que vuestra merced le aconseje que se case luego con esta princesa, y así quedará imposibilitado de recebir órdenes arzobispales y vendrá con facilidad a su imperio y yo al fin de mis deseos; que yo he mirado bien en ello y hallo por mi cuenta que no me está bien que mi amo sea arzobispo, porque yo soy inútil para la Iglesia, pues soy casado, y andarme ahora a traer dispensaciones para poder tener renta por la Iglesia, teniendo, como tengo, mujer y hijos, sería nunca acabar.

Palabra del Dia

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