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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Parió aquella bohemia de blanco y sedoso pelaje, y obligada a fijar domicilio para tranquilidad de su prole, escogió el patio del ogro, burlándose tal vez del terrible personaje. Había que oír al carretero. ¿Era su patio algún corral para que viniesen a emporcarlo con sus crías los animales de la vecindad?
Un camino carretero, que serpentea faldeando la montaña, por en medio de magníficos bosques en la parte superior, nos condujo casi hasta la cima, donde se halla el Castillo, á mas de 100 metros de altura sobre Heidelberg y dominando con majestad el abismo de la cuenca del Nékar.
Era la señora Winthrop, la mujer del carretero. Los habitantes de Raveloe no iban a los oficios con regularidad escrupulosa.
Un día estaba jugando con un látigo cerca de uno de los carros que estaban en el patio, adonde habían ido a cargar harina. Uno de los caballos se asustó de pronto, y el carretero, un borracho brutal, arrancó el látigo de las manos del niño y con él le cruzó a éste la cabeza y el cuello.
El carretero, que dormía tendido sobre la carga, al sentir el galope del caballo levantó la cabeza, los miró cruzar raudos y la dejó caer de nuevo como diciendo: «¡No tengáis cuidado: huíd, que por mí no quedará!» ¡Up! ¡up! Lucero galopa cuesta abajo como cuesta arriba.
El doctor y su hija ocupaban dos habitaciones en casa de una antigua bailarina que había conseguido grandes triunfos amorosos en las principales cortes de Europa, y era ahora un esqueleto apergaminado, andando casi a tientas por los pasillos, entablando con las criadas disputas de avara matizadas con juramentos de carretero, sin otros vestigios de su pasado que los trajes de crujiente seda y los brillantes, esmeraldas y perlas que iban reemplazándose en sus orejas acartonadas.
Quisiera el del Verde Gabán oponérsele, pero viose desigual en las armas, y no le pareció cordura tomarse con un loco, que ya se lo había parecido de todo punto don Quijote; el cual, volviendo a dar priesa al leonero y a reiterar las amenazas, dio ocasión al hidalgo a que picase la yegua, y Sancho al rucio, y el carretero a sus mulas, procurando todos apartarse del carro lo más que pudiesen, antes que los leones se desembanastasen.
«Responder quería Don Quijote á Sancho Panza, pero estorbóselo una carreta que salió al través del camino, cargada de los más diversos y extraños personajes y figuras que pudieron imaginarse. El que guiaba las mulas y servía de carretero era un feo demonio. Venía la carreta descubierta al cielo abierto, sin toldo ni zarzo.
Pero se dirigió a su casa, y en la puerta le recibió la Loca con cabriolas de gozo, olisqueando el hinchado pañuelo, que se estremecía con palpitaciones de vida. Toma, perdida dijo jadeante por el calor y el cansancio de la carrera ; aquí tienes tus granujas. Por esta vez pase, te lo perdono, porque eres un animal y no sabes cómo las gasta Pepe el carretero. Pero otra vez... ¡hum!... a la otra...
Y otras veces: La mujer del carretero, una verdadera chismosa. La granjera del Quejigal, una ricacha, pero más mala que un dolor... La huérfana sentía pesar sobre ella todas aquellas miradas inquisitoriales que investigaban su sencillo traje, inventariaban su pobre mueblaje y observaban sus menores gestos con la astuta malevolencia de los rurales para con «los de la ciudad».
Palabra del Dia
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