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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Pero entonces ¿en qué estado se encontraban las relaciones del Príncipe con la Condesa? siguió preguntando mientras tanto. ¡No cabe duda de que hubo un tiempo en que se amaron! Usted sabe, señor, que este nombre, el nombre de amor, se da a tantas cosas diversas: a nuestras ilusiones, a nuestros caprichos, a nuestra codicia... Si; ella le amó, con un amor que fue ilusión y engaño.
Eso no podía ser; él no se resignaba á perderla de vista para siempre. ¡Los hombres! continuó ella, cada vez más irritada . Todos se imaginan que las cosas deben ser con arreglo á sus caprichos. «Porque te deseo, debes ser mía...» ¿Y si yo no quiero?... ¿Y si yo no sufro la necesidad de ser amada?... ¿No puedo vivir en libertad, sin otro amor que el que yo siento por mí misma?...
Hay que advertir que Tristán sentía particular predilección por esta metáfora de la venda y que solía emplearla con bastante frecuencia. En cuanto cualquier persona de su conocimiento no satisfacía todas sus pretensiones y hasta sus caprichos, era sabido, «le caía la venda de los ojos».
Tiene extravagancias y caprichos muy particulares.... Hubo un tiempo en que se le antojó trabajar, y entró en una casa de comercio.... Después estudió medicina y cirugía, y tengo entendido que deja tamañitos a Rubio y a Camisón.... En Madrid se iba a los hospitales, por gusto, a estudiar.... En la guerra hizo lo mismo. ¿Sabes tú dónde me lo encontraba yo a veces en Madrid?
Diógenes no era como Sabadell, que jamás se apeaba de su papel de gran señor, y lo mismo gastaba en boato y en caprichos en tiempo de las vacas gordas que en tiempo de las flacas, con la sola diferencia de pagar en los de aquellas y no pagar en los de estas.
En los tiempos del prudente y piadosísimo Felipe II, no hubo auto de fe que achicharrara maldecidos y perniciosos herejes a que no asistiera cerca del monarca un Tumbaga. Y mientras Felipe III ocupó el trono, para mayor gloria de nuestro nombre y terror de nuestros enemigos, otro Tumbaga ilustró su apellido sirviendo los amorosos caprichos de Uceda, que era entonces como servir al Rey mismo.
Dibujaba, como siempre, caprichos caligráficos con remates de la fauna y la flora del arabesco más fantástico. Sentía el alma, después del cambiazo que a sus deseos acababan de dar las circunstancias, llena de música; no le cantaban los oídos, le cantaba el corazón.
Caprichos, veleidades de la fortuna, del «hado» quizás..., porque el marqués estaba persuadido de que a los «hombres públicos» los forman las circunstancias, un momento de la vida, un «choque fortuito», de la piedra contra el acero, que hacía brotar la luz de repente. Así entendía el «hado» el buen marqués.
Era el caso que, en su opinión, el Magistral era amante de doña Ana hacía mucho tiempo, y que la escena del bosque del Vivero la interpretó la vanidad de la criada como una victoria de su belleza que había hecho caer en pecado de inconstancia al canónigo. Creyó Petra que don Fermín la quería a ella ahora después de haber querido a su ama. Caprichos así había visto ella muchos.
Por sus pliegues y repliegues de espuma, por su diversidad de colores, sus manchas y tonalidades, la superficie del charco se parece al mármol pulido, el que, por otra parte, no cabe duda que debe sus colores y dibujos elegantes, lo mismo que otras rocas admirablemente maqueadas, á los caprichos de la espuma, á los lentos movimientos de las aguas depositando sus aluviones.
Palabra del Dia
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