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En la atmósfera ardiente y cargada de humo, los consumidores cantaban y gritaban agitando pequeñas banderas. Todos los himnos pasados y presentes eran entonados á coro, con acompañamiento de copas y platillos. El público, algo cosmopolita, revistaba las naciones de Europa para saludarlas con sus rugidos de entusiasmo.

Me encontraba, en un terreno desconocido, al pie de una cuesta de una inclinación absurda. ¿Qué hacer? Busqué la sombra de un árbol, me tendí, encendí filosóficamente un cigarro y esperé, mientras los grillos cantaban a mi alrededor y el sol se levantaba ardiente como una ascua en un cielo de una pureza profunda.

No había orquesta entre la escena y la parte, que denominamos parterre ó patio; y los músicos, que desde el principio de la representación tocaban y cantaban, habían de subir á las tablas. Tampoco se conocía el telón que ocultase el escenario, y de aquí que, al empezar una pieza, no era dable presentarse en diversos grupos, puesto que los actores habían de ofrecerse primero al público.

Nunca se había preocupado de averiguar dónde estaba la sepultura del famoso apóstol de Valencia,.. Recordó de pronto una estrofa de los «gozos» que cantaban ante los altares del santo los devotos de su tierra. Efectivamente, había ido á morir «en Vannes de Bretaña», nombre geográfico que hasta entonces carecía de significado para él... ¡Y este muchacho era de Vannes!

¿Aquelarre?... , quiere decir Prado del macho cabrío. ¿El macho cabrío será el demonio? Probablemente. La canción no la cantaban las brujas, sino un muchacho que en compañía de diez o doce estaba calentándose alrededor de una hoguera. Uno cantaba canciones liberales y carlistas y los otros le coreaban.

Ferragut había alcanzado á conocer en su pueblo muchos viejos que en sus mocedades fueron esclavos en Argel. Las ancianas cantaban aún romances de cautivas en las noches de invierno y hablaban con pavor de los bergantines berberiscos. Los ladrones del mar tenían pacto con el demonio, que les avisaba las buenas ocasiones.

ELOY. ¡Qué tristeza...! ¡Valiente porquería el tal curso de Canto...! Las pobres criaturas cantaban al unísono y descubrían sus muslos con el mismo ademán. No he visto en el mundo nada más lúgubre que aquello.

Los niños de las escuelas, olvidados de la tristeza ambiente, cantaban el De Profundis, y se sonreían los unos a los otros; en seguida los coristas, muy graves también, con sus sobrepellices blancas, entonaban el miserere.

Al llegar á la plaza se quitaban el sombrero ante las banderas, faltaba poco para que llorasen, cantaban una estrofa de la Marsellesa. «¡Viva Francia! ¡Vivan los aliados!...» Y á continuación se metían en el Casino para apuntar su dinero al mismo número de la fecha celebre ó á otras combinaciones sugeridas por la paz.

Los pocos seres que allí estaban de paso ó con residencia fija, eran lo más culto y distinguido de la creación: insectos vestidos de oro y condecorados con admirables pedrerías; aves sentimentales y discretas que cantaban sus amores en cortesano estilo, y sólo á ciertas horas de la mañana ó de la tarde.