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Actualizado: 21 de julio de 2025


Cuando Julî abrió los doloridos ojos, vió que la casa estaba todavía oscura. Los gallos cantaban. Lo primero que se le ocurrió fué que quizás la Virgen haya hecho el milagro, y el sol no iba á salir á pesar de los gallos que lo invocaban. Levantóse, se persignó, rezó con mucha devocion sus oraciones de la mañana y procurando hacer el menor ruido posible, salió al batalan.

Ellas, las mozas, venían en grupo, disimulando su turbación con una sonrisa y haciendo sonar sus enaguas almidonadas y sus vestidos de percaltiesos a fuerza de planchado y que cantaban alegremente al rozar el suelo.

Al pie de una fuente fría, Al pie de una fuente clara, Que por el oro corría, Que por el oro manaba. ¿No le parece á usted, señorita, que podemos ir dejando la romería? El sol está ya muy bajo... Laura sacudió la cabeza como si despertase de un sueño y soltó sus manos del corro. Cuando se alejaron de la danza las voces agudas cantaban: Ya su buen amor venía, Ya su buen amor llegaba.

Todo esto sucedía cada año, es verdad, pero en éste ¿no eran más verdes los prados, no eran más claras las fuentes, no corría más límpido el río, no cantaban más dulcemente los mirlos y los jilgueros? No lo , pero si así no era, debiera ser así. Porque de algún modo estaban en el deber de celebrar la próxima unión de tan gallardas parejas.

Toda la gente ociosa y corrillera, rufianes, pordioseros, soldados inválidos, menestrales sin trabajo, señores de la hoja con encerado bigote y calzas de color, y más de un hidalguejo de poca monta, se confundían en aquel reposo común bajo la lumbre meridiana. El caserío recortaba cegadoras blancuras sobre un cielo de zafiro. Los gallos cantaban a lo lejos en los cigarrales.

El cocinero mayor atravesó el arco de las caballerizas, la plaza de Armas, el vestíbulo y el patio del alcázar, se metió por un ángulo, por una pequeña puerta, empezó á trepar por unas escaleras de caracol, y á los cien peldaños desembocó en una galería, apenas alumbrada por algunos faroles; apenas entró, llegó á sus oídos la voz de dos mujeres que cantaban de una manera acompasada y lenta, como quien se fastidia, un villancico.

Una mesa pedía dos botellas, la otra tres, la otra cuatro; y todos cantaban, intercalando en su música gritos de animales conocidos o fantásticos... Esperábamos la llegada de las damas: unas cuantas coristas que habían prometido no a quién, tal vez a nadie, su interesante presencia. Pasaba el tiempo y no venían.

Los primeros que se detuvieron fueron los que la imagen llevaban; y uno de los cuatro clérigos que cantaban las ledanías, viendo la estraña catadura de don Quijote, la flaqueza de Rocinante y otras circunstancias de risa que notó y descubrió en don Quijote, le respondió diciendo: -Señor hermano, si nos quiere decir algo, dígalo presto, porque se van estos hermanos abriendo las carnes, y no podemos, ni es razón que nos detengamos a oír cosa alguna, si ya no es tan breve que en dos palabras se diga.

Entre aquellas cartas, la mayor parte insignificantes o reveladoras de cosas ya conocidas de Ferpierre, había algunas que el Príncipe había escrito a su amiga en los preliminares de su amor. Eran tan apasionadas y fervorosas, que casi se exhalaba de ellas un hálito ardiente: las palabras suspiraban, cantaban, ardían con llama viva.

Por la noche regresaba Relimpio a Madrid y a su casa; dormía como un santo y soñaba que era pájaro y que cantaba posadito en la rama de un árbol. También Riquín era pájaro y revoloteaba dando sus primeros pasos por el mundo aéreo. Isidora era una avecilla melancólica. Todos cantaban; pero D. José era el que cantaba más y el que a la rama más alta subía.

Palabra del Dia

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