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Actualizado: 28 de junio de 2025
Don Feliciano en el mismo punto se despojó con violencia del sombrero, dejando al descubierto su enorme calva en declive, lo agitó con frenesí algunos segundos, y gritó: «¡Hurra!» no se sabe a quién; tal vez al dios astuto que le había suministrado tan famosa idea. En aquel momento se acercaban los testigos. Al ver la escena se pararon sorprendidos.
Su frente calva y su barba luenga y blanquísima le daban muy venerable aspecto. Sobre la mesa, además de la lámpara, había recado de escribir, un crucifijo de metal sobre una cruz de ébano, varios libros manuscritos e impresos y una calavera. Cuando entró Fray Miguel, el Padre Ambrosio le indicó para que se sentase un sillón de brazos, al otro lado de la mesa y enfrente al que él ocupaba.
Y la comida dió principio, ceremoniosa, fría, con largos intervalos de silencio. Todos estaban cohibidos, aplastados por la grandeza del personaje que tenían delante. Este ostentaba una calva lustrosa que le tomaba casi toda la cabeza. Los pocos cabellos de la parte posterior y de los lados eran negros a pesar de sus cuarenta y seis años. Sus menores gestos eran observados con atención idolátrica.
Puse en orden los papeles y me levanté prestamente. ¡Cómo! Hija desnaturalizada, ¿te vas sin darme un beso? ¿Me tienes rencor? Sí respondí apretándole la cabeza con las manos y besándole en la calva; sí, porque veo que tienes prisa de desembarazarte de mí. Mi padre dio un golpe en la mesa con mucha furia. Faltas a la verdad a sabiendas... ¡Vete de aquí o te tiro mi Aristóteles a la cabeza!
Al peinarse, se enfurecía, y llamaba a gritos a Perico, pidiéndole un remedio para no quedarse calva. Un día el médico que la visitaba llamó aparte a su hermano, y le dijo: Es preciso que tenga usted tino con su hermanita. Que no tome más baños. ¿Pero está de cuidado, de cuidado? interrogó el mozo abriendo cuanto podía sus ojos chicos. Podrá estarlo muy en breve.
Cuando sonó el pito del jefe y la máquina contestó con un formidable resoplido, D. Nemesio, presa de indescriptible ansiedad, asomó su calva venerable por la ventanilla gritando: ¡Puig! ¡Puig!... Mozo, mire usted si en el retrete hay un caballero catalán... El mozo se encogió de hombros con indiferencia.
Cuando estaban juntos él y su hermano Nicolás, a cualquiera que les viese se le ocurriría proponer al segundo que otorgase al primero los pelos que le sobraban. Nicolás se había llevado todo el cabello de la familia, y por esta usurpación pilosa, la cabeza de Maximiliano anunciaba que tendría calva antes de los treinta años.
Es un sujeto más de cuarentón. Posee una calva sucia, los ojos pitañosos, los dientes verdes de nicotina, y un bigote rubianco y abatido. Lleva un abominable hongo, representativo de su vulgaridad interior. Suele parlarnos de Filomela cuando complica a los sencillos ruiseñores en sus octavas reales, sin duda para despistar al ingenuo lector.
Pero, á semejanza de ciertos enfermos que realizan los actos más contrarios á su voluntad, cuando se apartó de Alicia, haciendo gestos de protesta, sus piernas le llevaron maquinalmente hacia un diván donde estaba encogido el vejete de la barba dura, con la placa del Corazón de Jesús en la solapa, el sombrero en una mano y un gorro de seda sobre la calva. Necesito veinte mil francos.
Hace ventiocho años era yo un pobre estudiante, sin una peseta en el bolsillo; pero, en cambio, ni estaba gordo, ni tenía canas, ni calva, ni arrugas, y las gentes afirmaban, perdone usía la inmodestia con que lo recuerdo, que era yo un bonito muchacho, listo y gracioso. Nada tiene de extraño, por consiguiente, que se enamorase de mí una mujer del sobresaliente mérito de mi Joaquina.
Palabra del Dia
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