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Cuando estaban juntos él y su hermano Nicolás, a cualquiera que les viese se le ocurriría proponer al segundo que otorgase al primero los pelos que le sobraban. Nicolás se había llevado todo el cabello de la familia, y por esta usurpación pilosa, la cabeza de Maximiliano anunciaba que tendría calva antes de los treinta años.

Esperó con paciencia en la sala a que nuestra amiga hiciese su toilette, y cuando ésta se presentó al cabo, vio delante de a un joven ruboroso, confundido, pero simpático y elegante, que la rogó con labio balbuciente le otorgase el favor de escuchar la lectura de un drama.

-Y esto lleva camino -dijo el cura-, y prosiga vuestra majestad adelante. -No hay que proseguir -respondió Dorotea-, sino que, finalmente, mi suerte ha sido tan buena en hallar al señor don Quijote, que ya me cuento y tengo por reina y señora de todo mi reino, pues él, por su cortesía y magnificencia, me ha prometido el don de irse conmigo dondequiera que yo le llevare, que no será a otra parte que a ponerle delante de Pandafilando de la Fosca Vista, para que le mate y me restituya lo que tan contra razón me tiene usurpado: que todo esto ha de suceder a pedir de boca, pues así lo dejó profetizado Tinacrio el Sabidor, mi buen padre; el cual también dejó dicho y escrito en letras caldeas, o griegas, que yo no las leer, que si este caballero de la profecía, después de haber degollado al gigante, quisiese casarse conmigo, que yo me otorgase luego sin réplica alguna por su legítima esposa, y le diese la posesión de mi reino, junto con la de mi persona.

Las amigas se esforzaban en convencerla para que otorgase su perdón a la culpable. Luisa no cesaba de ir y venir consolando a su triste amiga y procurando calmar a la otra. El sol se había retirado ya del paseo, aunque anduviese todavía por las ramas de los árboles y las fachadas de las casas.

Pero al encargarse Gil de la parroquia tomó este asunto con calor; convocó a los vecinos más ricos de la villa y abrió una suscrición, que dio buen resultado; logró que el ayuntamiento otorgase una crecida subvención; fue a Lancia e interesó al prelado y a varios próceres, que le prometieron su concurso. En fin, después de muchas vueltas y sudores, la nueva iglesia era un hecho.

Las amigas se esforzaban en convencerla para que otorgase su perdón a la culpable. Luisa no cesaba de ir y venir consolando a su triste amiga y procurando calmar a la otra. El sol se había retirado ya del paseo, aunque anduviese todavía por las ramas de los árboles y las fachadas de las casas.

Las reprensiones comenzaron a ir casi siempre con acompañamiento; segura ya de que se aceptaban los golpes, no los escaseó; más por una contradicción, bien explicable por cierto, desde que comenzó a dárselos, le mostró al mismo tiempo mayor afecto; tan suyo le consideraba, tan pobre y miserable le veía a sus pies, y tanto le sorprendió su paciencia, que no es mucho si después de una buena granizada de mojicones, le otorgase algunas pruebas de afecto.