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Actualizado: 26 de junio de 2025


El deseo de salir de una situación semejante y el mal ejemplo me arrastraron, y jugué, jugué lo que tenía y lo que no tenía. ¡Ochenta mil nacionales! ¿de dónde sacarlos? Mi alma al diablo vendería. ¡Que venga el diluvio! ¡Ojalá! Calló el joven pálido y los dos hombres se miraron, entristecidos.

Si gustáis, señor, de ser nuestro huésped, seréis agasajado liberal y cortésmente; porque por agora en este sitio no ha de entrar la pesadumbre ni la melancolía. Calló y no dijo más.

Calló un instante don Ramón para tomar aliento y recrearse en el eco de su elocuencia, pero al instante prosiguió, mirando a Fermín fijamente, como si éste fuese un enemigo difícil de convencer: Por desgracia, muchas gentes creen paladear el vino de Jerez cuando beben inmundas sofisticaciones. En Londres, bajo el nombre de Jerez, se venden líquidos heterogéneos.

Vamos, Teodoro, ahí tienes la campanilla, ¡ un hombre! Calló el enlutado caballero. Yo bien lo que se debe a mismo un cristiano.

¡Don Francisco! exclamó con irritación el rey. ¡Señor! contestó Quevedo inclinándose profundamente. ¿No tenéis nada de qué quejaros? Quéjome de mi fortuna. ¿Ni nada tenéis que pedir? , por cierto, señor; todos los días pido á Dios paciencia. El rey se calló y abrió de nuevo su devocionario.

Si le dijeran que en el coro iban a dar un baile, se irritaría menos que cuando sabe que llevan en lenguas a doña Visita. El perrero calló un instante, como si dudase en soltar algo grave. Esa señora es muy buena. Todos los de palacio la quieren porque les habla dulcemente.

Quería que fuese su hijo, un hijo inventado por su dolor, al que dedicaría todo lo que era imposible hacer por el otro salido de sus entrañas. También calló ahora Miguel, comprendiendo la inutilidad de su insistencia. Conocía el carácter de Alicia.

Soledad recibió sin pestañear la rociada de injurias que le escupió á la cara. Cuando hizo una pausa se volvió sin responder palabra y salió de la estancia. Al trasponer la puerta dejó escapar un sollozo ahogado. Velázquez siguió todavía largo rato vomitando cólera. Mil frases desdeñosas, infamantes, salieron de su boca después de quedarse solo. Al cabo se calló.

Un ratito después, calló la campana y llegaron dos hombres con sendos brazados de velas y de cirios que mandaba el Cura, por delante. Venían enjutos de tobillos arriba, pero muy espelurciados y «ardiéndoles» las narices y las orejas; porque, según declararon, aunque había cesado de nevar, continuaba soplando el cierzo, más frío que la misma nieve.

Hoy se pagan los barcos como si fuesen de oro. Ulises levantó los hombros. No pensaba en el dinero: ¿de qué podía servirle?... El resto de su vida deseaba pasarlo en el mar, dando ayuda á los enemigos de sus enemigos. Tenía una venganza que cumplir; viviendo en tierra abandonaba esta venganza y sentiría con más intensidad el recuerdo de su hijo. El segundo calló unos instantes.

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