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Actualizado: 2 de junio de 2025
Triste, cabizbaja, sin poder explicarse el repentino alejamiento de Rafael. Convenía ocultar el suceso, y esto es lo que limitaba la cólera de doña Bernarda en sus rápidas entrevistas con el hijo.
Angelina se quedó cabizbaja, como atormentada por un triste presentimiento, como temerosa de decir algo que la avergonzaba. ¡Habla!... ¡Contéstame!... La huérfana callaba, baja la frente, mientras abría con la punta de los dedos el apretado seno de una rosa pálida. Linilla... ¡no seas cruel!
Cuando me levanté y me incliné para darle un beso en la frente, vi que por las pálidas mejillas de la enferma rodaban dos lágrimas, dos lágrimas de esas que en el rostro de un cadáver parecen gotas de rocío en el seno de una rosa blanca. Salí del aposento con el corazón hecho pedazos. Tía Pepa me seguía silenciosa y cabizbaja.... Por fin habló: ¿Qué dices de eso?
Retiróse la moza cabizbaja y mohína, como quien acaba de sufrir pesado chasco. Julián, por su parte, quedó tembloroso, agitado, descontento de sí mismo, cual suelen los pacíficos cuando ceden a un arrebato de ira: hasta sentía dolor físico, en el epigastrio. A no dudarlo, se había excedido; debió dirigir a aquella mujer una exhortación fervorosa, en vez de palabras de menosprecio.
Se separaron fríamente: ella cabizbaja, triste, cerrando los ojos, haciendo esfuerzos para no llorar; él enfurruñado, sardónico, como un hombre que se indigna al verse defraudado en sus esperanzas. Antes de dormir, Ojeda exhaló toda su cólera.
Leonora parecía embriagada por el perfume viril de aquellas amenazas de pasión salvaje. Rafael, al ver cabizbaja y silenciosa a la artista, creyó que la habían ofendido sus palabras, y se arrepintió de ellas. Debía perdonarle, estaba loco. Se exasperaba ante su resistencia inexplicable. ¡Leonora! ¡Leonora! ¿A qué empeñarse en estorbar la obra del amor?
Ella escudriñó su conciencia, llena de pequeñas acciones inocentes, y la infeliz se reprochó mil faltas imaginarias, y al día siguiente estuvo desempeñando sus quehaceres domésticos toda cabizbaja y con ojos llorosos. Antes de que el ministro hubiera tenido tiempo de celebrar su victoria sobre esta última tentación, experimentó otro impulso no ya ridículo, sino casi horrible.
Tía Pepa, siempre tan parladora, enmudeció como los pajarillos del corredor, silenciosos y tristes a la sazón por el cambio de pluma; la enferma nos parecía más abatida que de ordinario, y Angelina salía y entraba, arreglando los equipajes, mustia y cabizbaja. No sé cómo pude trabajar durante ese tiempo. Para colmo de males tuvimos quehacer de sobra en el despacho.
La poetisa estaba un tanto cabizbaja, no se si porque le parecía mejor lo suyo ó porque, teniendo por detestable el engendro de D. Marcos, consideraba á qué límite de fatal extravío pueden llegar los más esclarecidos entendimientos.
Ocupaban en ese momento la cima de la loma, como esa mañana. Sobre el cielo pálido y frío, sus siluetas se destacaban en negro, en mansa y cabizbaja pareja, el malacara delante, el alazán detrás. La atmósfera, ofuscada durante el día por la excesiva luz del sol, adquiría a esa hora crepuscular una transparencia casi fúnebre.
Palabra del Dia
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