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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Yo me atengo al refrán que dice ó corte ó cortijo; y ya que me fugo de París y de Madrid, no quiero ciudad de provincia, sino aldea. En la gran casa de los Mendoza bermejinos voy á estar como garbanzo en olla; pero se llenarán algunos cuartos con la multitud de libros que voy á llevar. Vamos á tener una vida envidiable; y digo vamos, porque supongo y espero que V. me hará compañía á menudo.
Muchas veces dudó de sí mismo. ¿Lo que él creía la verdad no sería un sueño, y los otros, al olvidarse de él, estarían verdaderamente en lo cierto?... Luego, recobrando la fe en sí mismo, despreciaba á sus conciudadanos y no quería salir de su casa. ¿Para qué ver gentes? ¿Para oírles alabar al señor Simoulin y su grito histórico?... Ya no veía al maestro.
Don Andrés se estremeció. ¡Ay, cómo le habían cambiado a su Rafael!... Aquella chispa agresiva, arrogante, belicosa, que brillaba en sus ojos, no la había visto nunca. Rafael, ¿así me contestas? ¡A mí, que te he visto nacer! ¡A mí, que te quiero como te quería tu padre! Soy ya mayor de edad. No quiero tolerar más esta comedia de ser personaje en la calle y un chiquillo en casa.
Con este motivo se empelotaron en una disputa violenta y agria. En el curso de ella Moreno, aunque procuraba tener la lengua por hallarse en casa ajena y entre gente fanática, no pudo menos de verter algunos conceptos poco respetuosos hacia Moisés. El presbítero gordo, que era sin duda el más irritable del concurso y había escuchado la disputa con visible impaciencia, se enfureció de pronto.
Iba el pueblo detrás, cuando llegó Príamo con él; y Príamo los injuriaba por cobardes, que habían dejado matar a su hijo; y las mujeres lloraban, y los poetas iban cantando, hasta que entraron en la casa. Y lo pusieron en su cama de dormir. Y vino Andrómaca su mujer, y le habló al cadáver. Luego vino su madre Hécuba, y lo llamó hermoso y bueno. Después Helena le habló, y lo llamó cortés y amable.
¿Qué es eso? Tú. Pero que, ¿es cosa de Medicina? Es una culebra. ¿La veremos aquí?... Entremos. ¿Es esto la Casa de Fieras? ¿Quieres ver al oso? Aquí me tienes. Sí que lo eres» dijo Isidora riendo con toda su alma. Y entraron.
Aquel señor no jugaba limpio, y una mañana se largó dejando un pico muy grande en la casa de huéspedes, y otro pico no sé dónde, y picos y picos... Total, que la pobre tuvo que empeñar todos sus trapos y se quedó con lo puesto, nada más que con lo puesto, cuando lo tiene puesto se entiende. Feliciana se la encontró no sé dónde hecha un mar de lágrimas, y le dijo: «vente a mi casa». ¡Allí está!
Anduvo Jaime Febrer casi desnudo por la habitación, ante la ventana abierta, partida por una columna delgadísima. No había miedo de que le viesen. La casa de enfrente era un palacio viejo como el suyo; un caserón de pocos huecos.
Pero, ¿desde cuándo acá los impuestos municipales se emplean entre nosotros, nobles hijos de los españoles, en el objeto que determina su percepción? ¿Cuánto pagaba hasta hace poco un honrado vecino de los suburbios de Buenos Aires por impuesto de empedrado, luz y seguridad, para tener el derecho de llegar a su casa sin un peso en el bolsillo, tropezando en las tinieblas y con el barro a la rodilla?
Apeóse en la puerta de la casa donde había nacido, y no tuvo necesidad de llamar, porque encontró su puerta franca de par en par. Algunas mujeres pasaban de la cocina á una sala baja muy atareadas, y entre ellas apareció una anciana. ¿Vive mi hermano? dijo Montiño, adelantando hacia aquella mujer.
Palabra del Dia
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