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Actualizado: 21 de mayo de 2025
duced by Chuck Greif Morsamor: peregrinaciones heroicas y lances de amor y fortuna de Miguel de Zuheros y Tiburcio de Simahonda Por Juan Valera Librería de Fernando Fé Madrid Al Excmo. Sr. Conde de Casa Valencia
La habitación destinada a Florentina en Aldeacorba era la más alegre de la casa. Nadie había vivido en ella desde la muerte de la señora de Penáguilas; pero D. Francisco, creyendo a su sobrina digna de alojarse allí, arregló la estancia con pulcritud y ciertos primores elegantes que no se conocían en vida de su esposa.
Acerca del carácter y costumbres de cada uno de ellos se extendió considerablemente; la hermanita era muy buena niña, amable y obediente; pero los chicos insufribles; todo el día gritando, ensuciando la casa y peleándose. Tenían, además, un hermano, que era el primo que había sido su novio; éste ya era bachiller y se estaba preparando para entrar en el colegio de Artillería.
No habla con sus vecinos y come con una gravedad sacerdotal, lo mismo que si estuviese celebrando un rito. ¿Quién cree usted que puede ser?... Huye de la gente, y cuando yo le hablo en francés, que parece ser su idioma, me contesta con mucha cortesía, con demasiada cortesía, y de repente se aleja muy estirado, como si existiese entre nosotros una diferencia social que no permite la familiaridad... ¡Y vaya usted a adivinar, con esa cara afeitada que lo mismo puede ser de magistrado que de cómico, sacerdote o mayordomo de casa grande!... Yo lo encuentro lúgubre como un doctor de los cuentos de Hoffmann.
Mas al hacerle la primera cura, queriendo añadir a ella lo que había leído en la historia de Santa Catalina, esto es, queriendo besar las llagas de la enferma, fue tanto el asco y el horror que se le apoderó, que le dio un vahído, se puso muy mala y fue necesario que Genoveva la llevase en brazos a casa.
Después de vivir en fonda un poco de tiempo, decidióse a poner casa. Tomó un criado, se hizo traer el almuerzo de un restaurante y comía cuándo en Lhardy, cuándo, en casa de alguno de sus muchos amigos. Su cuadra la tenía muy cerca, en la calle de las Urosas, y no estaba mal provista: dos jacas de silla, inglesa y cruzada, un tiro extranjero y otro español, berlina, charrette, milord, break.
Acabó de repasarles las espaldas, volvió, y llevóme a su casa, donde me apeé y comimos. Tenía mi buen tío su alojamiento junto al matadero, en casa un aguador.
Ahora, hijos, yo creo que nos hemos equivocado; que ese caballero no ha salido de la casa que creímos. Sí; sí, señor; nos hemos equivocado. Pues bien: como ya hemos esperado harto, y tenemos que evacuar más diligencias en esa casa, venid conmigo. Entonces fué cuando el alcalde se acercó á la puerta y llamó. Al tercer llamamiento se abrió la puerta.
Al volver a ver la casa del Tarumbo, recordé las «cosas» de éste y hablé de ellas al médico. Yo no sé me dijo , si es un hombre feliz o un desdichado, pasándose la vida, como se la pasa, desviviéndose por los negocios ajenos y abandonando los propios. Desde luego es su manía de lo más original que he conocido. No siempre la extrema hasta el punto que usted ha visto hoy; pero le falta muy poco.
Sentía la necesidad de acompañarla: creía con su presencia disimular un tanto lo ignominioso de su situación. Al regresar a su casa iba de silla en silla, leyendo, escribiendo, hablando, para disimular su aburrimiento.
Palabra del Dia
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