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Actualizado: 28 de julio de 2025
No he podido aún sondar el fondo del abismo en que estamos sumergidos. Una semana después de la muerte de mi padre, caí gravemente enfermo, y sólo con mucho trabajo, después de dos meses de sufrimiento, he podido dejar nuestro castillo patrimonial, el día en que un extraño tomaba posesión de él.
Enseguida dijo Nieves, volviendo a pintársele en los ojos la expresión del espanto: Todo lo recuerdo, Leto, como si me estuviera pasando ahora: qué tontamente desprendí las manos del respaldo para llevármelas a la cara, cuando sentí el chorro de agua en ella; la rapidez con que caí enseguida, y la impresión horrorosa que sentí al conocer que había caído en la mar; lo que pensé entonces y lo que recé; el desconsuelo espantoso de no tener a qué asirme ni dónde pisar... ¡Ay, Leto! si tarda usted dos segundos más, ya no me encuentra... Me hundía, me hundía retorciéndome desesperada... ¡qué horror!
Yo no puedo vivir lejos de ti; y si desde mucho antes no caí en el lazo, lo debo a tu buena amistad. ¿Nos separaremos ahora? Entonces voy a ser muy desgraciada, querida mía. Vuelve a casa, por Dios, y yo te juro que lucharé con todas las fuerzas de mi alma para olvidar a lord Gray, como tú deseas.
-Sí -respondió Sancho-, y de una ínsula llamada la Barataria. Diez días la goberné a pedir de boca; en ellos perdí el sosiego, y aprendí a despreciar todos los gobiernos del mundo; salí huyendo della, caí en una cueva, donde me tuve por muerto, de la cual salí vivo por milagro. Contó don Quijote por menudo todo el suceso del gobierno de Sancho, con que dio gran gusto a los oyentes.
»Fuese a causa del choque brusco que recibí, o por el terror que aquel hombre me inspiraba, vacilé y caí dando un grito de terror. »En aquel momento apareció Carlos en la puerta del salón, y lanzándose a Eduardo, le golpeó en la mejilla. Este, furioso, echó mano a un cuchillo de monte que llevaba en la cintura, e hirió a Carlos.
549 Lo apretaba contra el pecho, dominao por el dolor; era su pena mayor el morir allá entre infieles sufriendo dolores crueles entrego su alma al Criador. 550 De rodillas a su lado yo lo encomendé a Jesús. Faltó a mis ojos la luz, tuve un terrible desmayo; cai como herido del rayo cuando lo vi muerto a Cruz.
No me considero capaz de pintar con exactitud aquel breve momento de desinterés total, que bien puede servir de excusa a muchos accesos de egoísmo, en que luego caí, y durante el cual mi existencia purísima, saturada de buenas intenciones, ardió por entero a modo de ofrenda y llameó a los pies de Magdalena como fuego sagrado ante un altar. Recobramos las antiguas costumbres.
Y dábamos vueltas por el muelle, sin hacernos cargo de que estábamos a la orilla del agua. En una de estas vueltas me falló un pie y caí al río, no sin arrastrar conmigo al malagueño. No le vi más. La impresión del agua fría apagó la calentura de ambos. Solté las manos y el primer pensamiento de los dos al salir a la superficie fue el de salvar nuestras preciosas existencias.
Con ayuda de mi látigo doblado, atraje á mí la extremidad de las ramas más próximas, tomé una á la ventana y me lancé en el vacío. Oí mi nombre, arriba de mi cabeza ¡Máximo! proferido repentinamente con un grito desgarrador. Las ramas de que me había agarrado se inclinaron en toda su largura hacia el abismo: hubo un crujido siniestro; estallaron bajo mi peso, y caí rudamente sobre el suelo.
Avergonzada y confusa caí sobre el banco, ocultando el rostro entre las manos, no sin haber entrevisto la fisonomía del cura, cuyo aspecto, a la vez estupefacto, espantado y encantado, ha vuelto después muchas veces a mi mente. Querida Reina murmuró Pablo a mi oído; si hubiese conocido antes vuestro secreto, no hubiera permanecido lejos tanto tiempo. Yo no respondí, porque lloraba.
Palabra del Dia
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