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Actualizado: 1 de junio de 2025


Tambien se engañan los Médicos en la semejanza de los símptomas, ó accidentes que acompañan á las enfermedades. Quéjase una muger de un dolor que la aflige con gran molestia en la boca del estómago, y al mismo tiempo vomita cóleras verdes.

En su egoísmo infantil de hombre sano y musculoso, había llegado a considerar a su cuñada como un ser pasivo, razonable y frío, admirable para aconsejar y dirigir a los demás, un ser superior, si se quiere, pero incapaz de sentir aquellas cóleras, aquellas alegrías, aquellas pasiones insensatas que alteraban a los caracteres débiles como el suyo.

Juan Claudio se hallaba dominado por una de esas cóleras sordas que experimentan los hombres pacíficos cuando se les saca de quicio. ¡Desgraciado de aquel que le hubiese mirado con malos ojos en tal momento!

Desnoyers llegó á pensar que en esta muda admiración había mucho de asombro por la energía con que el estanciero cerca ya de los sesenta años seguía improvisando nuevos pobladores para sus tierras. Las dos hijas, Luisa y Elena, aceptaron con entusiasmo al comensal, que venía á animar sus monótonas conversaciones del comedor, cortadas muchas veces por las cóleras del padre.

Si hubieran sido maestros en el arte de torturar habrían inventado la pena de viajar en diligencia, y no habría quedado un solo hereje en la piadosa España. En mis cavilaciones sobre el infierno, en los ratos desocupados, no habia podido formarme sino una idea muy confusa de los terribles dramas de aquel mundo de cóleras, relámpagos y fuego.

El viento, que había saltado a otro cuadrante, se hizo fuerte al avanzar la noche, y pudimos navegar de nuevo. Las velas, ahora retemblaban, se impacientaban, se enfurecían, tenían cóleras de algo vivo, brillaban muy blancas a la luz de la luna. El barco marchaba jugueteando entre las olas negruzcas, llenas de reflejos, de blancos meandros de espuma: unos, regulares; otros, desgarrados y rotos.

Nazaria, que juntamente con la fiereza tenía la inocencia de la bestia cornúpeta a quien tan fácilmente engaña un vil trapo rojo, se calmó y sintió dolor muy vivo de haber ofendido a su gigante. Así procede siempre, pasando de salvajes cóleras a vergonzosas condescendencias, toda esa gente desalmada, ignorante y tan incapaz de calcular sus intereses como de refrenar sus pasiones.

Aquel silencio augusto, aquel reposo momentáneo del gran atleta la conmovía hasta lo íntimo, infundía en su espíritu alborotado un ansia ardiente de paz. ¿Quién le había dicho que el mar era terrible? ¿Qué corazón pequeño le había hablado de sus crueles traiciones? ¡Ah, no! El mar era noble y generoso como lo son los fuertes siempre, y sus cóleras, aunque temibles, eran pasajeras.

Durante la guerra de la Independencia, el amo huía por miedo a las cóleras populares, dejando toda su fortuna confiada al compatriota, que era su servidor de confianza, y éste, en fuerza de dar gritos contra su país y vitorear a Fernando VII, conseguía que le respetasen y hacía prosperar los negocios de la bodega, que se acostumbraba a considerar como suya.

Calló un momento, y cambiando el curso de sus ideas, añadió: Reconozco, sin embargo, que su conducta es hermosa. ¡Qué generosidad la de las mujeres cuando creen llegado el momento de ofrecer!... Su padre le inspira gran miedo por sus cóleras, y sin embargo se queda una noche fuera de casa con uno á quien apenas conoce y en el que no pensaba á media tarde... La nación siente gratitud por los que van á exponer su existencia, y ella, la pobrecilla, desea hacer algo también por los destinados á la muerte, darles un poco de felicidad en la última hora... y regala lo mejor que posee, lo que no puede recobrarse nunca.

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