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Actualizado: 1 de junio de 2025


Que no vuelva: dile que no vuelva, o le aborreceré. Pero lo que la traviesa muñeca no decía era que le importaban muy poco las cóleras de mamá y que deseaba la desaparición de Andresito por propio interés.

Sus faenas no la daban muchas veces para comer, y aquel trabajador sobrio y bueno, que no frecuentaba la taberna y acogía las desgracias silenciosamente, sin cóleras y sin golpear a la hembra, valía más que su marido.

Una frase que no había recordado nunca cruzó ahora su pensamiento: «El caballero debe ser bueno y no abusar nunca de su fuerzaEstaba seguro de que su padre le había dicho esto siendo él niño... Pero á continuación, la dualidad que existía en su interior se expresó por medio de otra voz más fuerte é imperiosa, una voz femenina igual á aquella otra que le aconsejaba en su juventud: «Gasta, no te prives de nada, colócate sobre todos; piensa siempre que eres un Lubimoff.» Y vió á la difunta princesa, no de María Estuardo, con su luto teatral, sino dominadora y todavía bella, lo mismo que cuando aterraba con sus cóleras á su esposo «el héroe» y ponía en revolución el palacio de París.

Tal vez esperaba la muerte como una liberación, aquella muerte cuya proximidad adivinaba al trabajar en el escandaloso edificio objeto de sus cóleras. Morir era una solución para aquel hombre sencillo, que se indignaba contra un mundo apartado de los sanos principios y contra la mala suerte que convertía en aprendices del crimen a los hijos de los servidores de la ley.

Las tardes del Hotel Drouot le resultaban insípidas cuando no tenía á su lado á esta confidente de sus proyectos y sus cóleras. Hoy hay venta de alhajas: ¿vamos? Su proposición la hacía con voz suave é insinuante, una voz que recordaba á doña Luisa los primeros diálogos en los alrededores de la casa paterna. Y marchaban por distinto camino.

La majestad del Atlántico en las noches tropicales hacía olvidar á Ulises las cóleras de sus días negros. Bajo la luna, era una pradera inmensa de plata viva cortada por serpenteos de sombra. Sus ondulaciones pastosas, repletas de vida microscópica, iluminaban las noches. Los infusorios, estremecidos de amor, ardían con azulada fosforescencia. El mar era de leche luminosa.

Se sintió arrepentido interiormente de sus cóleras. El maestro era bueno; su fama la repartía con los humildes. Todo lo anterior había sido, indudablemente, obra de los envidiosos, que deseaban separarlos. Durante el banquete, Simoulin no le perdió de vista. El comandante no podía estar a su lado; aspirar á esto hubiera sido un disparate.

Repítale usted más bien estos versos del mismo amigo Isagani: Agua somos, decís, vosotros fuego; Como lo querais, ¡sea! ¡Vivamos en sosiego Y el incendio jamás luchar nos vea! Sino que unidos por la ciencia sabia De las calderas en el seno ardiente, Sin cóleras, sin rabia, ¡Formemos el vapor, quinto elemento, Progreso, vida, luz y movimiento!

Su serenidad de varón ordenado, incapaz de perturbarse con frívolas aventuras, le hizo adivinar desde el primer momento el secreto de los entusiasmos y las cóleras del capitán. «Debe vivir con una mujer», se dijo al verle instalado en un hotel de Nápoles y al sufrir su mal humor en las rápidas apariciones que hacía á bordo.

Amaranta, después de desahogar las antiguas cóleras de su pecho, estaba meditabunda y aun diré que arrepentida de todo lo que había dicho, doña Flora preocupada, y Congosto, con los ojos fijos en el suelo, revolvía sin duda en su cabeza altos y caballerescos pensamientos. Sacó a todos de su perplejidad una visita que nadie esperaba, y que causara general asombro.

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