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El primer día se le echó de menos porque todos venía; pero el segundo causó verdadera sorpresa su ausencia. La tía Felicia tuvo miedo que se hubiera puesto enfermo y propuso enviar un recado á la Braña. Demetria se opuso: tenía el presentimiento de lo que había ocurrido. No se tardó mucho en que quedase confirmado. Un paisano que venía de Villoria les dijo que había visto á Nolo.

La compostura no agradó á la irritada zagala, que iba á responder con acritud; pero en aquel momento dos mozos gallardos se aparecieron de improviso, dando cortésmente las buenas noches. Jacinto de Fresnedo estaba delante de ella y Nolo de la Braña frente á Demetria.

Como un galgo persigue al través de la verde llanura á la liebre que acaba de levantar entre la maleza, así el héroe de la Braña seguía y apretaba cada vez más al ilustre guerrero de Lorío. Los de uno y otro bando se mantienen suspensos y anhelantes contemplando la carrera de sus jefes, el uno fugitivo, el otro corriendo sobre sus pasos.

Nolo, que ya se había alejado unos pasos, se volvió y dijo: ¡Al caer este árbol te aplastará como lo que eres, como un escarabajo!... Cuenta conmigo si le ha pasado algo á Demetria. ¡Y conmigo! le gritó Plutón. Cuando el mozo de la Braña llegó á casa del tío Goro había ya en derredor un tropel de gente. Se comentaba con calor la desaparición de Demetria.

Sin embargo, los de Entralgo eran menos numerosos, y ante la avalancha formidable de sus enemigos no tardaron en ceder terreno. Entonces Nolo de la Braña se salió un instante del sitio de la lucha y lanzó un silbido penetrante.

Jamás se diera el caso de que Firmo de Rivota, ni Toribión de Lorío, ni Nolo de la Braña ni Celso de Canzana, ninguno, en fin, de los héroes gloriosos que brillaban en los combates provocase la pelea. Esta odiosa misión parecía encomendada á algún chicuelo insolente, á algún despreciable zagal que después de prender fuego á la mecha solía desaparecer como si le hubiese tragado la tierra.

Nolo permaneció un instante fuera. Luego, en vez de tomar el camino de la Braña, se salió de la aldea á toda prisa por el extremo opuesto. Buscó el sendero del monte y se emboscó por los castañares que en aquella hora estaban lóbregos y medrosos. El mozo los atravesaba con paso vivo y resuelto, más emboscado aún en sus propios pensamientos y recelos.

Sin reparar en el corro de bolos en que acababan de gritar cincuenta bocas á la vez ¡eseeé! al hacer un emboque uno los jugadores; abriéndonos paso á través de la batería formada por los pellejos de vino, barriles y cacharros que sobre un carro, debajo y á los lados de él, á la sombra de un castaño, son la delicia de los bebedores; echándonos por la derecha para no turbar el sueño pacífico de los jamelgos de un cura y un señor de aldea, que están amarrados al cabezón del mismo carro, quizá por casualidad, quizá porque los jinetes tomaron este norte como de mejor atractivo para cuando vaya anocheciendo; guardando el cuerpo del fogoso trotón de ese jándalo, que atraviesa la feria llevando á las ancas la parienta más joven é inmediata que encontró en su pueblo cuando volvió de Andalucía, y cuyo chal de amarillo crespón, no menos que su vestido blanco de empinados volantes, forman extraño contraste con su reluciente y pasmada fisonomía; sin responder á las voces de las importunas fruteras, de los agualojeros, rosquilleros y otros análogos industriales que nos asedian al paso; sin fijarnos, en fin, en ese maremágnum alegre y estimulante que el cuadro presenta á primera vista, salgamos á aquella braña donde hay un grupo de ocho personas y una pareja de novillos uncidos.

Iba á tomar la palabra y rebatir con intrincada y feliz argumentación las ideas de D. Félix; pero en aquel instante por el camino cortado en la colina que domina la iglesia aparecieron Nolo de la Braña y su primo Jacinto de Fresnedo. Ahí está el hijo del tío Pacho de la Braña dijo un vecino. Esta noche los de Lorío metieron en casa á nuestros rapaces, pero no llegaron á la suya riendo.

La misma sorpresa y casi tanta indignación que en casa del tío Goro produjo en todo Canzana la conducta de Nolo, por más que muchos sabían á qué atribuirla. En Entralgo lo mismo. Flora se hallaba tan enfurecida que no hablaba de otra cosa y calentaba las orejas al pobre Jacinto de un modo que éste casi maldecía ya de su parentesco con el ingrato mozo de la Braña.