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Actualizado: 30 de abril de 2025
Era tal la delgadez de su persona que se asemejaba a una de esas criaturas celestes que no tienen ninguna de las bellezas ni de las imperfecciones de la mujer. Se sentó familiarmente al borde de la cama, pasó el brazo derecho alrededor del cuello de su padre y le atrajo dulcemente hacia sí.
Caían ya oblicuamente los rayos del sol en los zarzales y setos, y un peón caminero, en mangas de camisa, pues tenía su chaqueta colocada sobre un mojón de granito, daba lánguidos azadonazos en las hierbecillas nacidas al borde de la cuneta. Tiró el jinete del ramal para detener a su cabalgadura, y ésta, que se había dejado en la cuesta abajo las ganas de trotar, paró inmediatamente.
Cuando por mí hasta el cielo su voz vuela ligera, soy como el pobre esclavo sentado en la ladera, que al borde del camino deja el fardo cruel. Me siento descansado, que la carga espantosa de penas y de errores que agobia mi alma ansiosa, tu rezo bendecido hace volar con él. Vé á rogar por tu padre.
El poco experto defensor de Tennessee no se encontraba en el grupo que rodeaba el lúgubre árbol; pero cuando los asistentes nos volvimos para dispersarnos, atrajo nuestra atención la presencia de un carrucho tirado por un burro y parado en el borde de la carretera.
Pues si quieres que ella te borde la ropa, por mí... repuso doña Paula mirando a su hija con una condescendencia maliciosa. ¡No digo eso, mamá! exclamó ésta toda apurada. Sólo digo que me gusta más el bordado de Nieves que el de Martina. Al poco rato ya había consentido en discutir la cuestión de la ropa. Tratáronla en todos sus aspectos con la gravedad y el cuidado que merecía.
Hecha esta pequeña explicación, se comprende que no hay preparación alguna para el espectáculo; á cinco pasos del borde solo se ve un bello paisaje y un raquítico río, con un puente de bongas y cañas; percibiendo el oído el ruido repercutido, que llega muy amortiguado al romper las ondas en las encadenadas rocas. Muchas veces he admirado la cascada, y siempre su espectáculo me parece nuevo.
Nunca le había parecido tan hermoso el paisaje como en aquella tarde de verano. Estaba habituada á verlo desde su infancia, y, sin embargo, ahora le encontraba algo nuevo, cual si acabase de descubrirlo. Las gentes que pasaban al borde de la ría, por la carretera de Las Arenas, le parecían más simpáticas que las de otros días.
El trineo, por el estrecho camino, se inclina á veces hacia la pared de la montaña, á veces hacia el precipicio; porque el abismo está allí, se pasa por su borde, se le sigue á lo lejos en perspectivas inmensas, como si al caer debiera irse á parar á otro mundo.
Y no pude menos que echarme a reír al verla: esculpida con la mayor rudeza, representaba a un individuo de anguloso y desproporcionado aspecto, sentado al borde de la azotea, con las piernas cruzadas, más abajo de las rodillas, y con las manos en actitud de batir palmas.
Hacíase la alfombra más tupida al acercarse a los parajes sombríos del borde del estanque, cuya superficie rielaba como cristal ondulado, estremeciéndose al leve paso del aura vespertina, y rizándose en mil ondas chiquitas en choque continuo las unas con las otras.
Palabra del Dia
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