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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Aquél era el antro del vicio, el lugar donde las mujeronas de la opereta fumaban y bebían entre los hombres con los pies en un asiento o sobre el borde de la mesa... Y bastaba una ligera invitación de los amigos o parientes entregados a interminables partidas de poker, para que todas ellas se decidiesen a entrar con el mismo aire de encogimiento ruboroso y audacia pecaminosa que las había acompañado en sus visitas disimuladas a los cabarets y bailes de Montmartre. ¡Bueno es verlo todo!... Además, estaban de fiesta, la gran fiesta del viaje.
Al borde de aquel precipicio, he pasado muchas horas de contemplación. Allí, por un poder misterioso y consolador, me creía más cerca de Dios, y de los seres que sintetizan y compendian mi fe, mis esperanzas y mis amores.
Carmen se apoyó en el borde de su cama deshecha y tibia, y con las bellas manos temblorosas abrió la carta. Leyó con ojos de sonámbula, desmesurados y turbios.
Al borde llegaba todas las noches, y solía ser una puerta desvencijada, sucia y negra en las sombras de algún callejón inmundo.
Después de cuatro años, es decir, un día de verano de 1848, encontrarías al dicho pueblo tan tranquilamente sentado al borde del mar, como si fuera un pescador de caña. Vamos a dar cuenta de algunos graves sucesos públicos y privados que habían ocurrido allí durante aquel intervalo.
Todos se apretujaban, sin reparar en el sexo á que pertenecían las carnes inmediatas; y en esta pausa de rostros alargados, cejas fruncidas, bocas rígidas y miradas convergentes sonaba, aumentado por un eco diabólico, el correteo de la bolita de marfil por la ranura circular del borde de madera, mientras la rosa de colores de la ruleta iba girando como un kaleidoscopio en sentido inverso.
Se me ocurrió que, para haberlos adquirido en tan breve plazo, debía de haber sido muy desgraciada. Nos encontrábamos al borde del lago, puro, límpido y transparente... imagen de su alma. Así se lo dije; me miró, sonriendo con esa sonrisa triste que hace llorar, y repuso: Sí; la calma en la superficie... Y tal vez en el fondo... agregué, mostrándole el lago.
Aguardando, pues, una revelación importante, quiso tomar aliento haciendo una pausa, y trató de solemnizar la revelación yendo á una alacena, que no estaba lejos, y sacando de ella una limeta de vino y dos cañas, que puso sobre la mesa, llenándolas hasta el borde. Este vino no tiene aguardiente, ni botica, ni composición de ninguna clase dijo el padre al Comendador. Es puro, limpio y sin mácula.
Y buenos sudores le costaba, porque había ratos en que su apurada situación económica, sus remordimientos y sus miedos sobre todo, le ponían al borde de lo que él creía ser la locura. No importaba; la mayor parte del tiempo estaba satisfecho de sí mismo.
El Céfiro, recordando los encantos de su esposa inmortal que llevaba el mismo nombre, cree verlos reproducidos y se estremece de gozo, tiembla en sus labios, acaricia con suavidad sus mejillas tersas, se introduce entre sus rizos negros y los agita blandamente sobre la frente. Al desembocar en el Campo de la Bolera, cuyo borde lame el riachuelo de Villoria, tiene un encuentro.
Palabra del Dia
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