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Una vez, hombre... anda. Lucía pidió casi de rodillas a Pilar que renunciase al peligroso goce que anhelaba. Era precisamente la ocasión más crítica; Duhamel esperaba que la Naturaleza, ayudada por el método, venciese en la lucha, y acaso quince días de voluntad y tesón decidiesen el triunfo. Pero no hubo medio de persuadir a la anémica.

¡Oh Padre de los Maestros! dijo . Mañana tendré el honor de entregarle una traducción hecha en nuestro idioma de los versos que he encontrado en el cuaderno de bolsillo del Gentleman-Montaña. Sería deplorable que los altos señores del Consejo decidiesen su muerte.

Después de esta larga conversación, y perfectamente de acuerdo el Comendador y el P. Jacinto, el primero se volvió á la ciudad en aquel mismo día para que su ausencia no se extrañase. El P. Jacinto quedó en ir á la ciudad al día siguiente de mañana. Los pormenores y trámites del plan que habían de seguir se dejaron para que sobre el terreno se decidiesen.

Siendo esta mi primera propuesta que haré á los Portugueses sobre el rio Yaguarey, mucho mas fundada, ventajosa y de la mayor consecuencia, segun se deja entender de lo que escribí á V. E. el 13 de Octubre de 1790, no me resolveria á demarcar el Igatimí por lindero: y, á no poder mas, tomaria el expediente de hacer interin un mapa de ambos rios para que las Cortes decidiesen.

Sólo Guillermo Draper ha dicho más ferocidades contra España y ha mostrado más profundo aborrecimiento contra nosotros que el que podrían atesorar todos los españoles juntos, si se decidiesen á denigrar, á escarnecer y á insultar á los anglo americanos.

Que la Juana no ve con buenos ojos a la muchacha, se cae de su peso. Si los señores, tan generosos siempre, decidiesen darle educación, enviarla a un colegio y hacer ver a Juana que se interesan por la niña, no sería extraño que esta mujer, en parte por egoísmo, en parte por vanagloria, cambiase de sentimientos y concluyese muy pronto por alardear de tener una hija que va para señorita.

En el período siguiente había de aparecer este poeta; pero bastábale por ahora al teatro que hubiese hombres instruídos y de talento poético, que se decidiesen por la forma dramática nacional. Juan de la Cueva , de una familia ilustre, nació en Sevilla hacia 1550, y, según parece, pasó en esta ciudad casi toda su vida.

Aquél era el antro del vicio, el lugar donde las mujeronas de la opereta fumaban y bebían entre los hombres con los pies en un asiento o sobre el borde de la mesa... Y bastaba una ligera invitación de los amigos o parientes entregados a interminables partidas de poker, para que todas ellas se decidiesen a entrar con el mismo aire de encogimiento ruboroso y audacia pecaminosa que las había acompañado en sus visitas disimuladas a los cabarets y bailes de Montmartre. ¡Bueno es verlo todo!... Además, estaban de fiesta, la gran fiesta del viaje.