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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Todas estas señoritas vuelan hacia sus caballetes: se han puesto las blusas y aparentan absorberse en su arte. Joaquín entra; es un hombre de cincuenta años, extremadamente chic y muy atildado. Tiene manos de prelado, rostro banal de artista mundano, hermosos ojos negros, nariz aguileña, bigotes finos y barba en punta, demasiado negra. Luce una severa levita con la gran roseta de comendador.
A los dos años asomó por aquí otra vez, de bigotes larguísimos, aumentados con parte de la barba, como los que gastaba Víctor Manuel; y por si traía ó no traía chismes y mensajes de los emigrados, metiéronle mano y le tuvieron en el Saladero tres meses.
Gastaba grandes bigotes retorcidos y perilla de cazo; la estatura elevada, el porte marcial, cabellos grises cortados a punta de tijera, levita negra, prolongada, más limpia y reluciente que un espejo, bastón de hierro que hacía estremecer el suelo, advirtiendo de su presencia desde muy lejos, pantalones cortos y botas de campana escrupulosamente charoladas.
La de Fernando permanecía en tal estado; y en cuanto a la de Manuel, se había mermado bastante. Fernando, el último de los hermanos y padre de Miguel, era un hombre de rostro enjuto y avinagrado, como D. Bernardo, cejas espesas y terribles bigotes.
El soldado parecía no poder dar un paso más, y muy despacio dejó caer el fusil con la culata hacia el suelo. La punta de la nariz del recién llegado la nariz de la señora Lefèvre relucía como el bronce; sus rubios bigotes temblaban; cualquiera hubiera pensado en uno de esos gavilanes grandes y flacos a los que el hambre lleva a las puertas de los establos en invierno.
¿Quién es? Un semi-Dios. Este otro es honrado, caritativo, afectuoso, creador, valiente. ¿Lleva los bigotes untados con resina á izquierda y derecha, como si fuese pregonando la guerra al gran turco? No. ¿Lleva cadena? No. ¿Lleva brillantes? -No. ¿Va en coche? No. ¿Tiene una librea que le idolatre? -No. ¿Quién es? Nada; un pobre diablo.
Debí sospecharlo, agregó Chandos retorciendo los largos bigotes y mirando fijamente al apartado caballero. ¿Qué decís, Chandos? preguntó el príncipe. Señor, una gracia os pido. Permitid á mi escudero que me traiga arnés para revestirlo y tener la alta honra de cruzar la espada con el campeón francés. Poco á poco, mi buen Chandos.
Entre las pilastras del comedor ondulaban abullonadas las banderas de diversos pueblos. Guirnaldas de rosas contrahechas y bombillas eléctricas de varios matices tendíanse de capitel a capitel. Al final del salón, sobre una columna rodeada de plantas y teniendo como fondo el pabellón alemán, erguíase un gran busto de yeso, el del héroe de la fiesta, con fieros y majestuosos bigotes.
Recuerdo que este fue el tema de mi respuesta a las salutaciones corteses de los dos caballeros; pero no lo que dije. De lo que estoy seguro es de haberlo dicho muy mal. Valga la verdad. Así llegaba él, con la cara echando lumbres y los labios contraídos entre las barbas erizadas y los bigotes con carámbanos.
Y Campo recordaba á D. Quijote por algo más que por lo seco y desgarbado de su cuerpo, lo avellanado del rostro y el rumbo de los bigotes: por lo exaltado de su imaginacion, pronta en hacerle recibir como realidades sus sueños de cada momento, infatigable para persuadirle á creer que está en verso nuestra existencia, contra la opinion de un personaje de comedia del pobre Luis Eguílaz.
Palabra del Dia
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