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Actualizado: 23 de julio de 2025


«Pasa, rata» replicó Moreno, que se acababa de dar un baño y estaba sentado, escribiendo en su pupitre, con bata y gorro, clavados los lentes de oro en el caballete de la nariz. Buenos días dijo la santa entrando; él la miraba por encima de los quevedos . No vengo a molestarte... Pero ante todo. ¿Cómo estás hoy? ¿No se ha repetido el ahoguillo? Estoy bien. Anoche he dormido.

Subí por una escalera de mármol igualmente, acompañado del criado que salió a abrirme. En lo alto de ella estaba Isabel, sonriente y hermosa, que parecía un sueño. Vestía una bata blanca con adornos azules, y sus dorados cabellos caían en gruesa trenza sobre la espalda, con un lacito azul también en la punta. Comprendí mejor que nunca el loco amor de mi amigo Villa.

Nada pudo detenerla: ni las súplicas de su mamá para que descansase, ni siquiera la severidad de que se armó su padre, todavía vestido con su bonita bata azul rameada de negro.

Vestía la hija de Doña Paca una bata de franela color rosa, de corte elegante, ya descompuesta por el mucho uso, las delanteras manchadas de chocolate y grasa, algún siete en las mangas, la falda arrastrada, revelándose en todo, como prenda adquirida de lance, que a su dueña le venía un poco ancha, por aquello de que la difunta era mayor.

Y halagado por la extravagancia del disfraz, se apresuró a meterse en la inmediata habitación para ponerse la bata. Para usted dijo Leonora a Rafael con maternal sonrisa sólo he encontrado esta capa de pieles. Vamos, quítese usted esa chaqueta que está chorreando. El joven se resistió ruboroso y avergonzado como una doncella. Estaba bien así; no le ocurriría nada; otras veces se había mojado más.

Mas, con grandes risotadas le detuvo la señoril y hambrienta turba, y alcanzándole Leopoldina Pastor por los cortos faldones de la bata, le gritaba muerta de risa: ¿Pero dónde vas, Fernandito?... ¡No te vayas, hombre!... ¡Si para sentir es menester comer!... ¡Si nosotros venimos a ayudarte!...

Al poco rato se abrió una de éstas y apareció en ella la marquesa con la cabellera suelta y una bata colocada negligentemente sobre sus hombros, dejando al descubierto gran parte de sus brazos y de su pecho.

El disparate que se le había ocurrido, porque disparate era y de los gordos, fue que debía echarse del lecho muy callandito, buscar a tientas su ropa, vestirse... ir hacia la percha, coger su bata y ponérsela. El mantón, ¿dónde estaba?

Vestía una magnífica bata de seda azul que no podía velar la curva pronunciada de su vientre. No ha dicho que vendría él a curármelo... Además me molesta mucho ya. La joven se acercó a la cama. Después de unos momentos de silencio, poniendo la mano sobre la cabeza de su marido, le preguntó: ¿No sería mejor que el médico te curase? No, no respondió él, malhumorado.

He aquí el discurso que le dirigió el de la bata, pasadas las primeras formalidades del saludo y del abrazo: «Amigo mío: estás en tu casa, elige la habitación que más te agrade y establécete en ella con toda libertad. Yo almuerzo solo, á la una y como á las ocho de la noche. Tendría mucho gusto en que me acompañaras á la mesa; pero si estas horas no te acomodan, puedes escoger otras para ti.

Palabra del Dia

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