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Actualizado: 15 de mayo de 2025
¿Cómo es eso? ¿Qué queréis decir? balbuceó la viuda presa de una súbita ansiedad. Es cosa resuelta; la señorita entrará en un convento. ¿En un convento? ¿En un convento de religiosas? Naturalmente. Parece que eso os agita violentamente. ¿Os imagináis quizá que cuando Elena no esté aquí, la condesa podrá despediros, no necesitando ya vuestros servicios?
Luego, encogiéndose de hombros, dijo sordamente: Está bien... Desde aquí voy á la Pola á despertar al señor juez para que envíe por ti... Ya dirás en la cárcel lo que sabes. El rostro de la Pura se cubrió de intensa palidez y balbuceó: Haz lo que quieras... Yo nada sé... Pues adiós... ¡Hasta pronto! Nolo dió unos cuantos pasos precipitados monte abajo... ¡Ven acá! le gritó Pepa.
La joven se puso a caminar silenciosamente al lado de su aya, hasta que siguiendo por un sendero estuvieron fuera de la vista de la ventana. Entonces le preguntó con voz casi ininteligible: Marta, ¿qué os ha dicho Catalina? ¡Qué pálida estáis! ¿Estáis disgustada, verdad? No ha sido nada balbuceó Catalina , una triste noticia; en seguida se me pasará esto.
Después de algunos minutos de silencio, levantó la cabeza, miró á su hijo adoptivo con dulzura y dijo con voz enternecida: Así pues, hijo mío; ¿eso es más fuerte que tú? ¿Es absolutamente preciso que la vuelvas á ver? Á estas palabras tan afectuosas, tan verdaderamente paternales, Mauricio, conmovido, balbuceó con voz alterada: ¡Oh! mi querido padrino, perdóneme usted, pero ¡es tanta mi pena!...
Una pobre mujer con una muñeca en la mano discutía con el vendedor, mientras su hija se agarraba a sus faldas pugnando por tocar el desnudo monigote, que tenía la cara ennegrecida y una de las piernas quemada. ¡Dámela... la quedo! lloriqueaba la pequeña con balbuceo infantil. Pero la madre dejó la muñeca en el suelo. ¡Si piden tres perros, hija!... Eso es sólo pa los ricos.
Herminia tembló, pensando: "¿Qué va á preguntarme?" El joven dijo sencillamente: ¿Seré tan dichoso que esté hablando con alguna amiga ó pariente de la señorita Guichard? Era preciso responder, so pena de pasar por una grosera. Soy su sobrina, balbuceó Herminia. ¡Oh! Me alegro infinito! dijo él con calor.
Yo no creo poseer las condiciones que usted me supone, señora marquesa; pero en fin, soy hombre de números, hombre de orden, y tal vez podré hacer buenos negocios, lo mismo que los hacen otros... ¿Cómo no? Hubo un largo silencio, y el oficinista, que se mostraba inquieto por lo que iba á decir, balbuceó al fin tímidamente: Usted podría venir conmigo á Europa... para aconsejarme.
Pero no era el avaro hombre capaz de entregarse por mucho tiempo a esta indignación con arranques líricos. Pero vamos a ver, muchacho... ¿a qué has venido...? Algo te trae aquí. Lo adivino en tu preocupación. -Juanito balbuceó, sorprendido por esta pregunta inesperada.
Y cuando se empieza a escribir, como cuando se comienza a hablar, es inevitable el balbuceo. Me faltan las palabras, huyen los conceptos, se eclipsan las imágenes y se me enreda el discurso. ¡Ay, Dios mío! Sufro lo indecible con este encrespamiento, con esta rebeldía de formas, rasgos, ideas y vocabulario.
¡Por el alma de tu padre, sálvanos! ¡te daremos tanto oro que podrás llenar tu tartana! aullaron los contrabandistas. E imploraban con las manos juntas, mientras que tres de ellos se revolvían en las últimas convulsiones de la agonía. ¡Dios mío! ¡Dios mío! balbuceó el fraile. Y el desgraciado se retorcía los brazos y se revolcaba sobre la roca ensangrentada.
Palabra del Dia
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