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Actualizado: 15 de junio de 2025


Yo... balbuceó Bermúdez usted dispense... como nadie me decía nada... creí que no estorbaba... y además... creía que al bajarme... pudiese empeorar la situación de esa señora... alguna sacudida. ¡Ay, no, no! no se baje usted gritó la viuda con espanto. ¿Cómo que no? rugió furioso don Álvaro . ¿Quiere usted que yo levante este armatoste con los dos encima y a pulso?

El médico balbuceó algunas palabras y se despidió, porque le aguardaba su enfermo. El general se sentó tranquilamente en su cómodo sillón; Enrique, con la sonrisa en los labios, permaneció de pie junto a la chimenea; la Vizcondesa, entre sorprendida e indignada, quería hablar y no se atrevía a hacerlo.

¿Y qué es lo que han dicho de vos? ¿Os despiden o podéis quedaros? Me echan balbuceó Marta temblando de emoción y sin entender casi lo que la cocinera le preguntaba. Despedida y sin remedio, ¿no queda ninguna esperanza? Es una desgracia, Marta, y os compadezco sinceramente. La señorita me contó cómo pasaron las cosas. Vos no tenéis la culpa. ¿La señorita? preguntó Marta . ¿Cómo se siente?

Torció Diógenes un poco la cabeza y balbuceó con ira: ¿Visita?... ¿Quién?... ¿El enterrador?... ¡Polaina!... ¡Que aguarde!... Es una señora... ¿Una señora?... ¡Polaina!

Josefina entró en el cuarto de la duquesa resuelta a descubrir francamente la inclinación que hacia Félix sentía, pidiendo a su madre ayuda para que pudiese aquel hombre ir decorosamente a la casa; pero frente a Margarita la energía y la resolución dieron en tierra; rompió a llorar, y balbuceó entre temores lo que se había propuesto decir claro.

El desconocido, procurando reponerse de su turbación, balbuceó algunas frases de elogio de un modo tan vago, que fue evidente para nosotros que no había escuchado la ópera y que, desde hacía dos horas, estaba pensando en otra cosa que en la música. Meyerbeer me dijo en voz baja, desesperado: ¡El infeliz no ha oído ni una nota!

Su voz temblorosa, su mirada húmeda, eran de una pobre mujer que se esfuerza por contener su emoción. Miguel balbuceó contuso, desorientado. ¿El había podido hacer tanto mal? ¿Cuándo?... ¿cómo?... Alicia, sorda á sus preguntas, sólo pensaba en ella y en su desgracia.

Jacobo inclinó la cabeza para ocultar la animación de su fisonomía, y saludando á Cristián balbuceó: Hasta la vista, señor; no olvide usted que me ha prometido libros. Convenido. Hasta mañana. El penado se alejó y Cristián lo siguió impasible con los ojos. Está algo loco, dijo al vigilante, pero creo, como usted, que es inofensivo... Un niño, milord. ¿Dónde habita?

Sorege hizo un movimiento de cólera, y cogiéndome bruscamente por el cuerpo, balbuceó: ¡Ahora mismo entonces! Ya te tengo... Era forzudo y me había echado en un sofá. Yo me defendía llenándole de injurias al luchar, cuando la cortina del comedor se levantó y apareció Juana diciendo tranquilamente: ¡Ande usted, señor de Sorege! No se moleste por ¿Quiere usted que le ayude?

Otra cosa sería una inconveniencia y una desgracia tal vez. ¿Qué dices? balbuceó la santa con extravío. Su aspecto en aquellos momentos infundía temor. Asemejábase á los enfermos atacados de epilepsia cuando están á punto de caer en un angustioso paroxismo.

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