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Otro día le pareció a don Antonio ser bien hacer la experiencia de la cabeza encantada, y con don Quijote, Sancho y otros dos amigos, con las dos señoras que habían molido a don Quijote en el baile, que aquella propia noche se habían quedado con la mujer de don Antonio, se encerró en la estancia donde estaba la cabeza.

Entretanto Gertrudis y Juan se han abierto paso a través de la multitud compacta, y llegan a la puerta de la sala de baile. La ola ruidosa de la música se oye delante de ellos; el aire del interior les da en el rostro, como el hálito ardiente de un pecho humano. En lo claroobscuro de la tienda, las parejas que se agitan, estrechamente enlazadas, pasan frente a ellos; parecen sombras.

El ruido, las luces, la algazara, la comida excitante, el vino, el café... el ambiente, todo contribuía a embotar la voluntad, a despertar la pereza y los instintos de voluptuosidad.... Ana se creía próxima a una asfixia moral.... Encontraba a su pesar una delicia intensa en todos aquellos vulgares placeres, en aquella seducción de una cena en un baile, que para los demás era ya goce gastado.... Sentía ella más que todos juntos los efectos de aquella atmósfera envenenada de lascivia romántica y señoril, y ella era la que tenía allí que luchar contra la tentación.

Pero cuanto más se aleja del lugar de la fiesta, tanto más aumenta su turbación... Al punto de entrar en la sala de baile ve a Franz Maas, que se lanza hacia él presa de una agitación manifiesta. Una vaga sospecha de desgracia comienza a torturar su alma. ¿Qué ha sucedido? exclama. ¡Al fin te encuentro! Tu cuñada se ha indispuesto. ¡En nombre de Cristo!... ¿Y adónde la has llevado?

Nada se ha omitido, y sólo queda para mandar por encomienda el frac de Melchor, que no cupo en el baúl y que «es bueno tener a la mano según lo aconsejó burlescamente su hermana mayor, por si se daba algún baile en el pueblo».

La caballeriza, barrida y regada prolijamente, había sido desalojada de cuanto podía disminuir su capacidad de salón de baile, dispuesto con bancos en los costados; un gran farol sobre la pared del fondo; cuatro farolitos chinescos colgantes del techo y guías de sauces adornando los pilares del frente.

Así es que, no pudiendo yo empezar por este analítico y circunstanciado estudio, no llego jamás a la síntesis, esto es, a dar una idea cabal, exacta y adecuada del baile.

Aquella noche, el exceso de la emoción la tenía semimuda. La dicha que embargaba su alma se traducía, como casi siempre acontece, en un sentimiento de benevolencia hacia todo el mundo. El baile le parecía encantador. Todos los hombres eran chistosos. Todas las mujeres estaban admirablemente vestidas.

Algunos, al contravenir por descuido la orden, se habían encontrado con las compañeras del príncipe más ligeras de ropa que cuando llevaban su elegante uniforme marino, ó con trajes ricos y exóticos, como figurantas de baile. En los grandes puertos saltaban á tierra por unas horas estas tripulantes misteriosas, vestidas con discreta elegancia y expresándose en diversos idiomas.

El espectáculo comenzaba con un baile, en que tomaban parte las señoras más bellas. Bajo uno de los arcos se presentaba una carroza de cristal, en donde venía el río Tajo cercado de muchas ninfas y náyades. Un segundo carro traía al mes de Abril, y uncido á él venía el toro del Zodiaco.